Tengo 43 años y soy sospechoso de covid-19. La enfermedad llegó a casa por una piñata a la que no fui invitado, por una serie de desafortunadas decisiones que lograron pinchar una burbuja familiar que nos había mantenido al margen de esta pandemia.

Comenzamos a saber de la enfermedad a finales de enero, tras leer un cable de la agencia AFP que alertaba de la expansión de una neumonía atípica en China, parece tan lejano ese momento, pero llegó a la casa apenas seis meses después de conocerla.

Como familia logramos sobrellevar el encierro de la cuarentena decretado en marzo. Por casi cuatro meses solo vimos crecer el miedo a la enfermedad junto con las cifras de contagios.

Aplicamos medidas de distanciamiento social, sin visitas familiares y salidas solo para abastecernos de alimentos y medicinas. Además, mis turnos habituales en el periódico, la vida comenzó a fluir en la nueva normalidad con mascarillas, alcohol en gel y desconfianza.

 

Un invitado inesperado

La primera en contagiarse fue mi sobrina, quien a fines de junio asistió con uno de sus hijos a una piñata. Compartimos casa y fue invitada por unos vecinos para un pequeño festejo bajo el pretexto de que no había otros interesados en asistir a la celebración.

Aunque la cuarentena ya no es obligatoria, vivimos en lo que debería ser la norma: una cuarentena voluntaria en la que todavía no están contempladas las reuniones familiares ni ningún tipo de festejo por el riesgo de propagación de la enfermedad en grupos más allá del núcleo familiar.

No fuimos invitados a la piñata, pero el covid-19 se instaló entre nosotros.

Tras una semana, varios de los asistentes comenzaron a presentar síntomas. El festejo además de confeti y dulces dejó contagios.

Pese a que todos aplicamos lavado de manos, uso de gel y mascarillas al salir, dentro de la burbuja familiar las reglas son menos estrictas. Aunque no compartimos cocina, sala o habitaciones las charlas y el abrazo a los niños era habitual.

Tras los primeros síntomas de mi sobrina sospechamos de alergia, luego de una sinusitis, pero todo comenzó a preocuparnos cuando ella perdió el olfato. En ese momento tratamos de reforzar nuestra burbuja usando mascarillas y tomando distancia, pero el virus ya estaba circulando.

A 15 días del festejo comencé a sentir los primeros síntomas, nada distinto de lo que un paciente con cuadro de rinitis alérgica pueda sentir. Negación de mi parte, me llevó a pensar que era un episodio más de sinusitis: dolor en la frente, en las órbitas de los ojos y en los senos paranasales, junto a una tos leve y una eventual alza en la temperatura, pero no contaba que en menos de ocho días llegaría la pérdida del olfato, aunque como familia habíamos reforzado las medidas el virus ya estaba en casa y la siguiente en contagiarse fue mi esposa un par de días después.

 

Diagnóstico y medicamentos

Tras la pérdida del olfato consultamos al sitio de telemedicina del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), en mi caso el diagnóstico fue lapidario: sospechoso de covid-19, pero para mi esposa fue de faringitis.

Reconocerse a sí mismo como portador del virus no fue fácil, pero es una fortuna padecerlo de forma leve. Además de mi edad soy obeso y aunque no tengo otro problema respiratorio, cardiaco o coronario, saberse portador del covid-19 genera miedos.

Así, la primera noche después del diagnóstico fue difícil dormir, las lecturas de síntomas y la hiperinformación alrededor del virus, más no la educación alrededor del mismo, acrecienta episodios de ansiedad que se manifiestan como falta de aire.

Un médico amigo de la familia nos pidió evaluarnos, lo hizo tomando todas las medidas sanitarias y reconfirmó el diagnóstico para ambos: sospecha de covid. Ese día nuestras actividades laborales se detuvieron, aunque los primeros días trabajamos la concentración se pierde y el rendimiento se desploma.

En nuestro caso, la preocupación principal fue nuestra hija de cuatro años, quien creemos que es asintomática, desde las primeras sospechas comenzamos a mantener la distancia con ella y a desinfectar las áreas de contacto.

Rutinas diarias como un abrazo o un beso desaparecieron. Un niño no lo entiende y es difícil batallar con ello y hacerles entender que el desapego momentáneo no es por falta de amor.

Los medicamentos del ISSS llegaron dos días después de la teleconsulta, llegaron en un microbús identificado con logos del Viceministerio de Transporte que estaba en ruta haciendo la misma entrega.

Junto con los fármacos llegó una carta que me consigan como sospechoso, firmada por una doctora en Ilobasco, Cabañas, y extendida en Soyapango, San Salvador.

Mi esposa, por tener otro diagnóstico no los recibió y tuvimos que comprarlos con la receta que emitió nuestro amigo médico.

El monitoreo del gobierno incluye llamadas, un operador pasa revista a una serie de preguntas que incluyen los síntomas clásicos del covid, al segundo día pregunté qué hacer con mis familiares y sus sospechas de covid-19, el operador se limitó a decir que debía reportarlo al 132 y aislarnos.

Al tercer día, tras las preguntas, consulté si se manejaban pruebas. La respuesta fue en seco: no hay pruebas disponibles. Si usted conoce de un hospital donde las estén practicando vaya, pero no podemos garantizarlas de nuestra parte.

Las llamadas son cordiales, uno siente la calidez del operador (hombre o mujer de turno) que no solo lee por compromiso.

En mi caso, las llamadas desaparecieron en el quinto día, pienso que porque los síntomas que registré iban en descenso.

Dependiendo de las respuestas, la voz al otro lado del teléfono daba respuestas y enfatizaba que contaban con médicos para realizar las evaluaciones más profundas y tomar acciones posteriores si fuera el caso.

En mi trabajo, he tenido mucha comprensión de la situación y he tenido la fortuna de hacer teletrabajo desde el inicio de la pandemia, además de contar con el debido equipo de protección que minimiza la probabilidad de contagio de la pandemia.

 

Sin gusto y con debilidad

No recuerdo haber perdido totalmente mi olfato alguna vez en mi vida. Las gripes fuertes limitan la capacidad, pero siempre se pueden oler aquellos aromas intensos como el del Vick, los desinfectantes e incluso lo tés.

Este síntoma es sutil, los aromas solo desaparecen y uno se ve envuelto en la necesidad de buscarlos, incluso en aquellos productos con olores penetrantes.

No perdí el gusto, aunque se me modificó un poco, tampoco perdí el apetito, pero no sentir olores genera algo de tristeza.

El sentido del olfato apenas comenzó a regresar en el día 11 desde el primer síntoma. Regresó levemente en un tarro de Vick y fue subiendo día a día, al día 14 puedo decir que percibo casi todo, pero algunos olores terminan siendo rancios para mí, cada día esa sensación es menor. Sin embargo, volver a oler es redescubrir las cosas. Seguro no olvidaré el momento en el que volví a sentir el delicioso olor de los frijoles, el plátano frito y el del café.

Las medicinas del kit incluyen un antibiótico y un desparasitante, ambos bastante fuertes y que en mi caso causaron rechazo del organismo.

Síntomas pasajeros que no se comparan con los tratamientos que reciben los pacientes ingresados con pronóstico grave o crítico.

 

Una piñata y al menos 20 contagios

Aún recuerdo el famoso caso de la paciente 31 en Corea del Sur, responsable de miles de contagios del coronavirus.

Incluso durante los períodos de cuarentena el país ha repetido por cientos el error del paciente 31.

En nuestro caso fuimos contagiados por una pequeña –y aparentemente inofensivo– llamado a una piñata a la que ni siquiera asistimos.

Somos nexo de un festejo que con el paso de los días conocimos dio como resultado una persona confirmada por examen, otra que tuvo que ir de emergencia por falta de oxígeno y que tuvo que ser ingresada pero que no tuvo acceso a pruebas y, además, de cómo varios comenzaron a aislarse.

A casi un mes de la fiesta identificamos que hay alrededor de 20 personas con síntomas sospechosos de covid-19, que los mismos son más fuertes entre los hombres que en el caso de las mujeres y que los niños expuestos solo resintieron síntomas leves o fueron asintomáticos.

Con este relato no pretendo señalar a nadie, sino contar como un descuido puede pinchar nuestra burbuja familiar y dejarnos vulnerables ante un enemigo silencioso que nos acecha y puede acabar con la vida.

Aún no tengo certeza de ser paciente de covid-19, sin pruebas disponibles en los registros oficiales solo quedé ubicado como sospechoso, pese a que reporté la mayoría de síntomas y que estos se repitieron en varios casos cercanos como el de mi esposa.

Sé que en medio de todo he sido afortunado, no he tenido mayores recaídas y espero que 15 días después de mi último síntoma de covid pueda hacerme los exámenes en un banco de plasma y donar el mío para pacientes en estado crítico.