No creo que estuviese ocupado al nacer, sin embargo, creo que hoy me ocupo demasiado en morir. Y aunque tengo mis momentos, mas es por espiritualidad que por creencia, pues al final, no veo nada, pues la muerte para mí es precisamente eso: nada. Y es que los días de pensar en nuestra fugacidad, este transitorio camino, se intensifican cuando hay una muerte en nuestra familia.

Hace casi cuatro meses que el coronavirus alcanzó las fronteras de Centroamérica, se sabía que llegaría, lo que no sabíamos era cuan duro golpearía. Todos los países de la región de Mesoamérica (con excepción de Nicaragua que no presenta nuevos casos desde hace 48 horas, aunque sus datos son considerados no confiables) muestran crecimiento porcentual en las últimas 24 horas mayor de 3%. Esto indica que la circulación viral en toda esta subregión está caliente.

Las fronteras porosas que existen entre todos los países de la subregión harán difícil que intervenciones aisladas de país puedan contener y controlar la epidemia.

El resto de Latinoamérica, con excepción de Uruguay, y Cuba, se encuentra con circulación acelerada viral, convirtiéndose en el epicentro global de la pandemia.

Nuestra Latinoamérica es el epicentro actualmente del COVID-19. Más de 1.5 millones de casos se encuentran en esta región, lo cual equivale al 20 % del total de casos en el mundo. La Dra. Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) dijo la semana pasada: “En Mesoamérica, los casos están aumentando apresuradamente en México, Panamá, y Costa Rica, donde estamos observando un aumento de la transmisión viral alrededor de la frontera con Nicaragua, adicionalmente el virus mantiene su propagación agresivamente en Brasil, Perú y Chile’.

El Salvador, nuestro país, ayer rebasó el límite de 100 casos por día, es muy probable que en un periodo de 10-12 días estemos reportando mas de 200 casos diarios. O sea que, en menos de un mes, si se sigue a este ritmo de expansión de la epidemia, el sistema de salud esté colapsado. Los hospitales estarán rebalsados, las unidades de cuidados intensivos insuficientes.

El Salvador, como otros países centroamericanos, tienen un pobre abastecimiento de ventiladores y equipos de protección personal para sus trabajadores de salud. De acuerdo con James Siefert, gerente de programas del centro de investigación de enfermedades infecciosas de la universidad de Minnesota, “sus cadenas de suministro dependen de la fabricación extranjera, las cuales a causa de la pandemia se encuentran totalmente rotas”.

La región en general, de acuerdo con un reporte de la comisión económica para Latinoamérica (ECLAC), es altamente dependiente de la fabricación extranjera en equipos protectores, ventiladores mecánicos, test de pruebas para el virus, medicinas y otros. Solamente el 4% de estos productos es producido en la región. Si tomamos en cuenta que más de 70 países, incluyendo a los Estados Unidos, han restringido la exportación de equipos, medicinas, y otros suministros específicos para la lucha contra el COVID-19, nuestros países centroamericanos, incluyendo a El Salvador, están en serios problemas.

Ya se ha documentado ampliamente que uno de los sectores mas vulnerables para contraer la infección es el gremio médico y de enfermería. Sin ir muy lejos, el país con más muertes de enfermeras debido al COVID-19 es Brasil. De acuerdo con un reporte del Consejo Federal de Enfermeras de Brasil, 18,354 enfermeras se habrían contagiado con el virus hasta el 10 de junio, con 182 de ellas fallecidas.

Ante la magnitud del problema que se nos avecina, agencias multilaterales como la OPS y otras agencias han reforzado las cadenas logísticas de este tipo de suministros para tratar de menguar estos vacíos, pero si las restricciones de los países productores no se levantan, nuestra región sin una producción local bien establecida llegara a sus límites de capacidad. Y con nuestros sistemas al borde del colapso y nuestra fuerza laboral sanitaria desprotegida, nos ocuparemos más de morir que de nacer.