Lo ocurrido el domingo en la Asamblea Legislativa le ha causado un profundo daño a la imagen del país. Nunca un parlamento ocupado por fuerzas militares va a ser una imagen agradable en ningún país del mundo y, por supuesto, El Salvador no es la excepción.

Los militares inmiscuidos en la política o en las disputas políticas corresponden a otras épocas que debimos haber dejado atrás y no repetirlas. Los militares, que tanto estudian la realidad nacional, deberían haber analizado y comprendido eso antes de tomarse ese enorme riesgo porque han dejado un muy mal sabor nacional e internacionalmente. El ministro Merino cometió un error garrafal al prestarse a eso.

El Ejecutivo, a pesar que podía tener razón en el reclamo sobre la necesidad de fondos para su plan de seguridad, tiene ahora que reconocer que el uso de militares en la Asamblea fue un error. No se trata de defender diputados, fracciones legislativas o partidos, en este periódico hemos cuestionado siempre a los legisladores de todos los partidos políticos, pero eso no quita que hoy se defienda la independencia de poderes como valor supremo de la democracia y la institucionalidad. Nadie defiende a individuos, sino a instituciones.

Remediar este entuerto será complicado. El presidente Bukele trabajó afanosamente desde su elección en construir una imagen positiva del país, nacional e internacionalmente, crear un buen clima de inversiones y negocios, buscó demostrar que El Salvador es un país estable y un socio confiable para la comunidad internacional y el mundo libre. Por eso lo ocurrido el domingo provocó tanto desconcierto y molestia en la comunidad internacional, en las gremiales empresariales y en los tanques de pensamiento. Reconstruir la credibilidad y la imagen del país solo se logrará evitando hechos como esos, con búsqueda de entendimientos y el respeto absoluto a la institucionalidad democrática.