El reciente intercambio de críticas y opiniones entre un funcionario del órgano ejecutivo y varios diputados de la oposición, vuelve a poner en perspectiva el creciente tensionamiento que existe entre delegados y representantes del pueblo. Lo anterior, se suma a lo ocurrido la semana pasada, cuando dos parlamentarios se agredieron verbalmente en medio del salón Azul, que representa el espacio de debate por excelencia en la República.

La Ley de Ética Gubernamental vigente, incluye como uno de los principios de la ética pública, de imperativo cumplimiento para funcionarios y empleados oficiales, el concepto del “Decoro”.

Este lo define como la obligación de: “…Guardar las reglas de urbanidad, respeto y buena educación en el ejercicio de la función pública…”. Y es normal que sea así, ya que las diferencias de opinión y el carácter público del debate, llama a las emociones básicas del ser humano.

Lo anterior, sin embargo, no puede justificar que ocurran más discusiones subidas de tono, ya que estas son observadas por la sociedad entera y tiene un efecto multiplicador en las discusiones que se sostienen en espacios populares, mediáticos y hasta educativos. La armonía social también debe ser un objetivo de gobierno y en ello, los órganos fundamentales del Estado tienen mucho que aportar.

 

El decoro es necesario y obligatorio.