Nunca en la historia había habido tanto deseo de recibir la Eucaristía. Los sacerdotes hemos podido —literalmente— escuchar el clamor de los fieles por recibir la Eucaristía. Debido a la pandemia mundial del COVID19, los templos han tenido que cerrar, y los sacerdotes de muchos países han recibido estrictas indicaciones de no llevar a cabo ningún tipo de labor pastoral externa. Esto, estoy seguro, ha dado lugar a numerosas y profundas reflexiones sobre el valor de la Santa Misa en una situación en la que es materialmente imposible participar y comulgar.

El Padre Eduardo es un amigo sacerdote que cada tarde dirige unas palabras de aliento a un grupo de fieles vía Instagram. Quisiera hablar de la Eucaristía, me dijo. Pero siento que es como hablar de las bondades del agua a quién va sediento en medio del desierto. Pero no. La Eucaristía sigue siendo el centro y raíz de la vida de la Iglesia. Realmente no nos hemos quedado sin agua en medio del desierto. La Eucaristía continúa edificando la Iglesia porque el Santo Sacrificio se sigue celebrando en todo el mundo y se sigue reservando el Santísimo en los sagrarios.

Otro amigo sacerdote me contaba que una feligrés le acababa de llamar para plantearle una forma ingeniosa pero algo irreverente para poder recibir a Jesús Sacramentado. Desde días antes le había bombardeado por WhatsApp con videos e imágenes eucarísticos. Algo molesto, mi amigo me comentó: es que no se dan cuenta que la Eucaristía es un Don que Dios nos da, no el producto estrella de una empresa llamada “Iglesia”, al que se tiene derecho a acceder a toda costa. Sin embargo, no deja de ser maravilloso lo que había detrás de aquella escena. No se dan reglas para evitar abusos en el culto eucarístico en los países donde el culto es escaso o casi nulo; como tampoco se dan ese tipo de ocurrencias, si no hay un extendido amor a la Hostia Santa. Es verdad, se corre el peligro de caer en un sentimentalismo falto de doctrina de confundir la Eucaristía con una “energía” o “linda costumbre” que de tajo se ha tenido que cortar.

La fuerza de la Eucaristía que edifica la Iglesia sigue estando presente, incluso cuando la mayoría de fieles no puede recibirla. Cada Misa celebrada bajo la piadosa mirada de un solo fiel durante la Pandemia (y varios miles por una red social) continúa edificando cada una de las Iglesias domésticas. Lo hace a través del “deseo”. Ya varios autores espirituales han utilizado el título de “el Deseado” para referirse a Jesús Sacramentado. Me gusta esta expresión porque tiene un fuerte sentido escatológico. Cristo es con quien deseamos pasar en comunión de amor el resto de nuestro días. También es una expresión que habla de esperanza. Cristo es al que deseo, al que aspiro, al que tengo esperanza de llegar. No sé si al lector le habrá llegado por algún medio una imagen muy graciosa en donde aparecía en caricatura el Diablo hablando con Dios. Te han cerrado todas tus Iglesias, le decía el Diablo a Dios. No, respondía Dios, hemos abierto miles.

Cristo continúa edificando su Iglesia, y su presencia real en la Eucaristía sigue siendo lo que anima el corazón de las millones de Iglesias Domésticas del mundo entero. Quién no se ha quedado impresionado al ver las fotos o videos de familias enteras de rodillas ante una pantalla. En la imagen, la Misa transmitida desde la parroquia más cercana u otro lugar del mundo. No era un ponerse de rodillas ante un dios-pantalla, sino materializar gestualmente la comunión con la Celebración de la Santa Misa. El COVID19, en medio de su espeluznante propagación, nos ha hecho entrar en una especie de retiro espiritual. Las cosas vuelven a su sitio. Los sacerdotes, durante ese “retiro espiritual”, a su principal labor: la celebración de la Eucaristía y la oración; y los fieles, a la transformación del mundo: el pequeño mundo de su hogar en una pequeña Iglesia, en un lugar de encuentro con Cristo a través del Pan (del Deseo del Pan) y de la Palabra. Realmente Cristo no sólo continúa edificando su Iglesia, sino que también la embellece como a su muy esposa amada.