Tres elecciones, en realidad cuatro, con Argentina y Chile de por medio, se han realizado en nuestra América en los últimos 15 días, queda pendiente la del próximo domingo en Honduras que, para el caso, semejarán de alguna manera al “despelote”, el “desmadre” de Nicaragua y Venezuela en particular.

Despelote decimos los venezolanos, para indicar socarronamente un desorden colectivo, donde todos gritan al mismo tiempo, ríen, discuten, cantan (rancheras generalmente por lo que hay licor de por medio) y finalmente nadie sabe lo que pasa, ni hacia dónde se dirigen. Desmadre le dicen en El Salvador, y todos sabemos lo que significa.

Pues ese fue el espectáculo, más que proceso electoral ocurridos en Venezuela y Nicaragua, aunque diferentes en su expresión. A decir verdad, el de Nicaragua fue más serio, más auténtico que el Venezuela. La pareja presidencial Ortega-Murillo, se dejó de tontería, y por la calle del medio apartó a candidatos, precandidatos y aspirantes a ello sin edulcorante alguno. Ortega se presentó solo con su “copresidente” tal como lo anunció, y fabricó algunos candidatos que no sabemos si existen o son parte de la ficción mágica hispanoamericana. Anunció cifras cercanas al 80% de asistencia electoral, y un sólido resultado que sin duda alguna le daban como elegido por mayoría absoluta.

Por el contrario, en Venezuela la tiranía de Maduro y la educada cotiranía de la oposición funcional agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) donde rumian Voluntad Popular, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y AD, asumieron la formalidad de un “lava cara”.

Allí entra el desmadre. El gobierno se presenta con un solo partido el PSUV, una sola tarjeta electoral y un solo objetivo; así dentro de esas siglas esté presente su propio desmadre, o quizá no exista por que hay un solo jefe, una sola voz y un solo objetivo: la detentación del poder público a través de la fuerza pública y las formalidades legales exigidas por una comunidad internacional cansada, desmoralizada, rigiéndose por principios, conceptos y realidades del siglo XVII, que surgieron del tratado de Westfalia de 1648.

Venezuela está gobernada, como lo está Nicaragua, por una dictadura que no es comunista, así se insista en decir que lo es; que no es nazi, así tenga mucho de ello, y mucho menos nacionalista, como fue la de Marcos Pérez Jiménez, Juan Domingo Perón o la de Juan Velasco Alvarado en Perú. Esta, la iniciada por un militar ignaro y felón como lo fue Chávez, y la continuó Maduro, es literalmente una tiranía violadora de los derechos humanos, organizada alrededor del delito internacional, como el narcotráfico, el tráfico de armas, de personas, el lavado de dinero, la subversión, el terrorismo y la búsqueda del control hegemónico continental, aliada con hegemonías internacionales semejantes.

De allí que observamos, que se nutre de ideales, costumbres, y procesos como los del Medio y Lejano Oriente e Irán, que nada tienen que ver con los concursos de bellezas, orgías de consumo capitalista, bebidas espirituosas y amoralidad que se instaló en Venezuela con la pretendida rigidez religiosa, misógina y patriarcal de los imanes musulmanes o ayatolas iraníes.

Cuba dejó de ser una dictadura marxista, trotskista, maoísta o leninista (comunista, pues) para convertirse mucho antes de la muerte de Fidel, en una dictadura vulgarmente personal sostenida por una corte militar y palaciega.

Y esto es parte del desmadre, o despelote actual, el no saber exacta o aproximadamente hacia donde vamos o estamos anclados como civilización inserta en valores y cultura occidentales, en aquellos que son inherentes a la dignidad de lo humano.

Salir de las tiranías de Nicaragua y Venezuela, es una decisión dolorosa pero inevitable, luego de haberse agotados todos los intentos más o menos serios (menos que más) por rescatar un país perdido, por medios tradicionales anclados en diálogos y elecciones. Por lo que solo a través de una rebelión cívica militar, con asistencia de fuerzas regionales formales e informales regionales y europeas, se podrá erradicar las tiranías de Nicaragua y Venezuela, sustentadas en el crimen internacional organizado.