Este fin de semana fuimos testigos del trágico hallazgo de dos osamentas que pertenecerían a dos jóvenes repartidores de comida rápida que habrían desaparecido en noviembre del año pasado. En medio de los cuerpos sobresalen uniformes oscuros con distintivos de la empresa de comida rápida donde laboraban.

A diario hay decenas de personas desaparecidas, en su mayoría jóvenes, que desgraciadamente luego aparecen en cementerios clandestinos. En muy pocos casos, las familias pueden encontrar sus cuerpos y el consuelo de darles sepultura dignamente. Lo sucedido a esos dos jóvenes trabajadores no solo es doloroso, es indignante y tristemente no es un caso único. El problema de inseguridad que sufrimos en El Salvador está lejos de terminar. Por el contrario, aún miles de salvadoreños viven en situaciones lejanas a la normalidad y viven una incertidumbre permanente. El temor de ser asesinados por esas bandas criminales que tienen su propio plan territorial: dominando territorios, cobrando renta, asesinado personas por el solo hecho de haber cometido el error de ingresar a sus zonas bajo control. Esa es la realidad y las autoridades han son incapaces de darles protección.

Esperemos que no sea un crimen más que engrosa la lista de asesinatos impunes porque desgraciadamente las pandillas han causado tal estado de terror en el país que sus crímenes quedan sin castigo precisamente porque muy poca gente quiere atestiguar contra ellos y sus desmanes. Estos dos muchachos y sus familias merecen justicia y como sociedad es nuestro deber demandarla y exigirla.