El popular primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, enfrenta una tormenta política porque se han descubierto fotografías de una fiesta en la que utilizó maquillaje para pintarse el rostro de negro en varias ocasiones, lo que en la cultura norteamericana es tomado como una ofensa racista.

Trudeau, de 47 años, se ha tenido que disculpar y se dice que su reelección está en entredicho. Las fotos se habrían tomado hace casi dos décadas, cuando el gobernante canadiense no participaba activamente en política.

Trudeau es un ferviente defensor del multiculturalismo y al menos seis miembros de su gabinete tienen herencia asiática o africana. Pero para muchos ese “error de juventud” es imperdonable y el político insiste en pedir disculpas.

A mí siempre me ha llamado la atención la forma que se escruta la vida de los políticos en los países desarrollados. Ni hablar del tema de corrupción. Hay políticos que han perdido su chance de ser electos porque les han descubierto una infidelidad o porque hay una foto bebiendo con algún sujeto que luego resultó perseguido de la justicia.

Aunque algunas veces ese escrutinio en Norteamérica suena a exagerado puritanismo, lo cierto es que los políticos deben entender que todo lo que atañe a su comportamiento pasado, presente y futuro será motivo de interés para los medios de comunicación y la sociedad entera.

En países europeos hay políticos que incluso han perdidos sus carreras por falsear sus currículums o por plagiar sus tesis de grado. En Japón se dice que un político que es capaz de lanzar un papel al suelo, no es merecedor de la confianza de manejar un Gobierno.

Si sociedades como las nuestras aplicaran ese nivel de escrutinio, quizás tuviéramos una clase política mejor y no lo que hemos sufrido en el pasado reciente.