Los enemigos del liberalismo y su corolario económico, el libre mercado, dicen que quienes la defendemos anteponemos el capital a las personas. Juzgando por la forma en que nos comunicamos, me parece natural que piensen así. Nuestros discursos en favor de la función empresarial, sumada a la mala publicidad en los círculos intelectuales, abonan a esa idea. Cualquiera que no se haya tomado el tiempo para estudiar nuestra postura a profundidad creerá que es cierto. No requiere mucho esfuerzo caer en el error.

Sin embargo, la realidad es que no defendemos el capital exclusivamente, sino el derecho de propiedad y libertad de cada uno de disponer de sus recursos como mejor le parezca. Cuando un liberal se opone, por ejemplo, a un aumento excesivo de impuestos o la expropiación de un negocio, no lo hace por anteponer el capital como muchos dicen, sino porque considera que, entre otras cosas, la decisión sobre el destino de los recursos descansa en manos de quien los produjo, no un tercero. Para los liberales, sea un centavo o un lote de tractores, su dueño legítimo es quien debe decir cómo se ocupará.

Irónicamente, quienes nos acusan de poner el capital en primer lugar no lo odian. Simplemente lo dicen para engañar a otros sobre sus verdaderas intenciones. Lo que a los “anticapitalistas” les molesta es el derecho de las personas para disponer de sus recursos de acuerdo con su conciencia. Saben que si se deja que la gente decida libremente, no los utilizarán como les gustaría. Detrás de los falsos ataques encubiertos de justicia social, realmente hay un deseo de controlar las decisiones económicas de los demás en función de lo que consideran correcto. Ya sea por un sentido nublado de solidaridad o prepotencia, creen que su juicio es mejor que el nuestro y están dispuestos a utilizar todo el peso del Estado para violar nuestros derechos y demostrarlo.

Por más que lo enfaticen, dudo mucho que se opongan al capital. El capital es esencial para elevar el nivel general de vida. Permite una mayor productividad, que se traduce en productos de mejor calidad y menor precio, salarios más altos y horas de trabajo más cortas, e impuestos que luego se utilizan para proporcionar servicios públicos y construir infraestructura que contribuye al crecimiento y desarrollo económico. No es por gusto que los países desarrollados compiten entre ellos y crean incentivos para producirlo, mantenerlo y atraerlo. Es de conocimiento público que lo que separa a un país pobre de uno rico es el capital acumulado por persona.

La próxima vez que escuche a alguien pronunciar un discurso contra los liberales y el capital, preste mucha atención a lo que realmente está diciendo. Como mencioné anteriormente, apuesto a que notará que el problema real es con los derechos de propiedad y la libertad de otros para usar sus recursos como les plazca, no con el capital en sí. Cuando nos acusan de anteponer el capital a todo lo demás es porque buscan encubrir su deseo de apropiárselo y utilizarlo según sus preferencias personales, que es en realidad lo que buscamos evitar y les genera discordia.