Los sucesos recientes de Bolivia nos muestran que cuando un gobernante autoritario violenta las reglas democráticas, provoca la ira de su pueblo, harto de la manipulación y el abuso.

Evo Morales se presentó a una candidatura a la reelección que claramente era inconstitucional -perdió un referéndum al respecto- y luego impulsó un fraude electoral descarado que pretendía eternizarlo en el poder y acabar con la democracia en el país sudamericano.

La renuncia de Evo Morales se vio precipitada por la negativa de militares y policías bolivianos a reprimir las protestas opositoras. Luego, el jefe militar sugirió a Morales renunciar. No fue un golpe de Estado, el pueblo boliviano lo renunció. El único que quiso dar un golpe con el autofraude electoral fue el propio Morales. Él fue el creador de su propio fin.

Ahora vemos a aquellos que practican la democracia selectiva condenar la renuncia de Morales como “un golpe”, sin decir ni pío por el fraude electoral como los gobernantes de Venezuela, Nicaragua, México y Argentina. La hipocresía de principios en su máxima expresión.

Lo que está claro es que fue la manipulación de las instituciones lo que llevó a esta situación en Bolivia y la defensa de las mismas es lo que levantó al pueblo boliviano para terminar con un régimen autoritario de 14 años.