En pleno sigo XXI todavía hay un número considerable de personas en distintas partes del mundo que creen que la Tierra es plana. Un grupo de ellos que están organizando un crucero para mediados del año próximo para probar su teoría (Tierraplanistas preparan ‘misión’ para llegar al ‘borde de la Tierra’ en Excelsior.com.mx). El movimiento es tan popular que existe “The Flat Earth Society y sitios para encontrar pareja entre los creyentes de esta teoría (Flat Earth Match en Facebook). Este es solo un ejemplo extremo de lo difícil que es establecer consensos mínimos alrededor de lo que se considera verdad en estos tiempos y una de las áreas que más está siendo afectada es la política.

Los idearios partidarios y las campañas ya no se articulan alrededor de propuestas de políticas públicas concretas; ni siquiera sobre la base de la divulgación de uno que otro rumor inconveniente para el adversario, sino que sobre la base de 2 elementos: 1) Cada partido se cree dueño de la verdad y exige que sus seguidores crean ciegamente en la realidad que presentan. 2) Las campañas se basan, en gran medida, en la divulgación masiva a través de todo tipo de red social e instrumento tecnológico, de mentiras absolutas y hasta absurdas, que dada la polarización en la que vivimos, muchos de nuestros conciudadanos son incapaces de distinguir.

Existen varias causas de esta forma de ceguera que incapacita para distinguir lo falso de lo verdadero; una de ellas son las burbujas o las cámaras de eco en las que muchos de nosotros nos encerramos (The problem with living inside echo chambers en https://theconversation.com). Únicamente nos rodeamos de personas que piensan igual que nosotros o únicamente discutimos nuestra visión del mundo o de la política con personas que comparten nuestra forma de pensar. A ello sumamos que solo obtenemos nuestras noticias de medios que informan sobre los temas que nos gustan desde la perspectiva que compartimos. Esta forma de enfrentar el vasto mundo de las ideas es reconfortante, porque confirma que tenemos la razón; sin embargo, nos priva de escuchar o conocer otras ideas, otras formas de procesar la realidad, y ello genera una forma de aislamiento que impide que podamos distinguir lo verdadero de lo falso. Otra causa de esta ceguera es la polarización afectiva. Esta es la más peligrosa de todas las formas de polarización porque nos afecta tanto que produce hostilidad o desprecio por quienes piensan distinto, más allá de lo meramente político. En esta forma de polarización extrema, deshumanizamos a nuestro oponente político, a nuestro crítico, al que no piensa igual y somos incapaces de escuchar o considerar, ni por un segundo, que quizá algo de lo que dicen pueda tener algo de verdad (The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States, Annual Review of Political Science, May 2019).

De seguro existen otras causas, pero en la actualidad, cualquiera de ellas se ve potenciada por la cantidad de noticias falsas y teorías de la conspiración que circulan masivamente a través de internet. Siempre han existido noticias falsas y la política muchas veces ha recurrido a ellas, pero lo novedoso es que las ideas más descabelladas circulan a la par de datos científicamente comprobados, con un impacto tal que logra convencer y manipular a una parte de la población, para que se una a los ”tierraplanistas” o para que vote por determinado candidato.

En la novela de ficción “1984” de George Orwell, la obsesión del Estado por controlar la narrativa llevó a muchos extremos. Uno de ellos fue la creación de un Ministerio de la Verdad dedicado a la falsificación de los eventos históricos y de los hechos para asegurar que todo pasado y presente solo se contara a través de una versión aprobada por el Gobierno. ¡Dios nos libre de llegar a esto! Pero para ello debemos permanecer abiertos a las ideas de los demás, dejar de creernos dueños de la verdad, escuchar la crítica aunque humanamente resulte difícil, informarnos de varias fuentes, sobre todo, de periodismo serio. Escuchar ideas contrarias o distintas es bueno para mantener contacto con la realidad y para distinguir lo falso de lo verdadero, porque al final, a nadie, sobre todo a los políticos, les conviene tomar decisiones sobre la base de información falsa, ni hacer el ridículo como en el cuento de Andersen “El traje nuevo del Emperador”.