Quienes piensan que los hechos externos no influyen sobre el discurrir nacional deberían poner las barbas en remojo. Sobre todo, si se trata de fenómenos sociales. Comprender esto resulta clave para las operaciones políticas locales.

Lo que ahora sucede en Hong Kong (China), Quito (Ecuador), Barcelona (Catalunya), Santiago (Chile), Beirut (Líbano) y desde abril de 2018 en Managua (Nicaragua) es posible analizarlo a partir de una mirada sin orejeras.

Se trata de acciones colectivas disruptivas entremezcladas con las dinámicas políticas existentes en cada sitio y, por eso, se parecen en algunas cosas, pero son distintas por sus leitmotiv y sus orígenes. E impactan de manera diferente, y sus resultados son dispares y hasta desconcertantes.

Lo que se expresó en Nicaragua, y que tuvo a Managua y sus alrededores como marco principal, no es solo la reacción contra una medida gubernamental que afectaba a miles de personas. Ese fue el punto final de la cadena de atropellos contra la ciudadanía que dio lugar al estallido social de abril de 2018. Aunque la represión feroz y el control militar ha logrado amordazar las protestas, eso no durará mucho, porque no se trató de un motín sino de una insubordinación social generalizada, que tiene más de una segunda parte.

La impresionante marcha indígena sobre Quito, hace unos días, asustó al gobierno ecuatoriano, tanto, que salió despavorido hacia Guayaquil, porque valoró que quedaría encapsulado. Pero igual, tuvo que retroceder en la pretensión de aumentar los precios de las tarifas del transporte público. Algo se rompió ahí, que un nuevo arreglo tarifario no resolverá.

Las espectaculares movilizaciones en Barcelona y sus alrededores, a propósito de la condena a los dirigentes políticos catalanes que impulsaron el llamado ‘procés’, que pretendía redefinir la relación general de Catalunya con España, informan acerca de un cuadro complejo que la dimensión jurídica no logra atrapar. Se puede estar en desacuerdo o no con lo que los condenados impulsaron y también se puede estar en contra o no de las medidas adoptadas por la institucionalidad del estado español, pero lo que resulta innegable es que el problema catalán está ahí, la multitudinaria expresión en las calles lo ratifica. Y para complicar más las cosas, todo esto se da en el marco de una nueva repetición de elecciones generales, y ahora el asunto catalán les pone a todos los partidos políticos la piedra en el zapato.

Lo que acaba de ocurrir en Santiago, que es el rechazo al incremento de tarifas en el metro, también expresa el hartazgo ciudadano, ahora por esas acciones impopulares, pero antes fue el tema de educación y mañana quién sabe.

En Beirut también han iniciado acciones de calle que de una buena vez se plantean la caída del gobierno.

En Hong Kong, que lleva meses de acciones de calle de diverso tipo, se muestra un panorama sin solución, por ahora.

Los despachos periodísticos concentran su atención en las expresiones de confrontación que en todos esos casos tienen lugar. Convocantes y autoridades, tienen a flor de piel el fácil expediente violento, hecho indudable. Y aquí, podría decirse, hay muchas semejanzas. Sin embargo, a pesar de esto, es posible identificar algunas cuestiones que podrían explicar lo que está sucediendo.

No se trata de meros asuntos de protestas sociales pasajeras que pasarán sin novedad. Hay reivindicaciones concretas, urgentes o profundas, que de no atenderse presagian inestabilidad y si se atienden mal (que es lo que de ordinario sucede), pues se eslabonarán con otras circunstancias, se agazaparán y volverán a emerger.

En Nicaragua sin duda hay una crisis de régimen, y si han sido aplacadas las protestas no es por su falta de justeza ni porque el gobierno se legitimó, no, es solo que falló la maduración organizativa que se enfrentó al aparato policíaco-militar. El régimen está en harapos, agotado y sin opciones, y la candidatura de Daniel Ortega para las elecciones de 2021 sería la coronación de su debilidad y aislamiento.

En Catalunya lo que está planteado en las movilizaciones no es solo el rechazo al fallo judicial. Habría que recordar al historiador Pierre Vilar, en 1939, que dijo: En realidad, los políticos castellanos juzgan mucho a Catalunya a través de los políticos catalanes (…) Pero cuando uno ha vivido años entre los intelectuales catalanes, entre los estudiantes, entre los jóvenes; cuando uno ha recorrido el campo catalán, ha leído los diarios, escuchado los coros, etcétera, uno se siente obligado a admitir que hay no obstante alguna cosa más profunda, y que probablemente los políticos catalanes son un producto del catalanismo, y no al revés.

¡El mundo gira!