Este no es el mundo que yo esperaba, no, no lo es. En parte fue una dulce fantasía de un futuro mejor, cultivada la misma por tantas fuentes de tiernas mentiras desde ciencia ficción, pasando por la Biblia, hasta los programas futuristas sobre ciencia y tecnología.


También por la angustiosa realidad de unos años 70 en los cuales la insurgencia crecía y la represión respondía. Había que soñar en un futuro mejor. Años de muertos y desaparecidos, encierros…no quedaba más que soñar. Después vinieron los 80 y fue peor. Forzoso era seguir alucinando.


Discursos callejeros exigiendo paz, justicia, distribución de las riquezas, y por otro lado los de verde olivo respondiendo a balazos en defensa de la democracia, la institucionalidad y también la paz. Angustiosas oscuras épocas.


En este mundo de hoy se suponía que no habría más guerras, que los conflictos entre países se solucionarían utilizando los instrumentos más civilizados, tal cual el derecho internacional y no habría más enfrentamientos armados. Y que en el interior de las naciones la misma democracia por la cual ambos bandos se mataban, funcionaría de tal forma que las controversias en las urnas quedarían, sino resueltas, al menos cerradas sin recurrir de nuevo las armas o a otro tipo de guerra, como la persecución y encarcelamiento de los opositores.


También la pobreza, y sus manifestaciones más nefastas como la miseria, la falta de alimento, medicinas y agua, estarían reducidas a los niveles más bajos posibles. Pero no, no es el mundo que los libros ni las ilusiones pintaban.


Un mundo en el que seríamos más amables, educados, empáticos y solidarios.


Creo que el reguetón es muestra clara de lo bajo que hemos caído como humanidad, pero esas detestables canciones con el talento musical al mínimo y las letras vulgares y soeces al máximo, son signos de nuestro tiempo.


Por cierto que, cínico como me he vuelto, durante la larga cuarentena del 2020, se escuchaban hermosas, pero cándidas voces, casi ingenuas y hasta ignorantes, que decían que una vez vueltos a la normalidad, seríamos mejores humanos. «Pobre ilusos, aún no conocen lo que el humano es». Y en verdad tuve razón: salimos más egoístas, locos, paranoicos, y la clase política, más mentirosa y ladrona.



Pero volviendo a la idea.


No somos mejores. Tendremos más tecnología y datos a la mano, pero no mejores, ni como países en Latinoamérica, ni como latinoamericanos, y siquiera el mundo mismo es un mejor lugar. Por eso nos vamos huyendo de a poco.


Se suponía que el sistema partidista dirigido por civiles sería mejor, las elecciones más limpias y transparentes, los sistemas electorales ágiles y diáfanos. La clase política madura, inteligente, visionaria, porque surgían de un pueblo más y mejor educado, analítico, bien informado, que votaría por conocimiento y no por hambre o miedo; por clientelismo, pero no ha sido así.


Desde México hasta Argentina todo eso fue un sueño y vivimos en el día a día salpicados de escándalos de corrupción, vendettas políticas, demagogos en crecimiento, desfiguración de las ideologías, etc.


Otro tema escalofriante: a los políticos les interesa tener a la gente sucumbida bajo la delincuencia y la pobreza. No hay mejor fuente de votos que un pueblo con miedo y necesitado.


En otro tópico, Latinoamérica no produce inventores, innovadores, premios Nobel o lo hace en tan poca cantidad que decepciona teniendo en cuenta la gran extensión, la supuesta buena educación.


En el caso de Centroamérica es peor, en todo sentido, y para mal. Nos hundimos en la pobreza adobada con la saliva de los demagogos y desgarrados por las uñas de los ladrones de cuello blanco. Definitivamente no es el mundo que yo soñaba, y cada vez está peor, se está perdiendo la libertad con los políticos, y la tranquilidad, por la delincuencia. Le estamos dejando un mundo muy malo a nuestros hijos y nietos.