El 9 de noviembre de 1989, el muro de Berlín que, tras la Segunda Guerra Mundial había dividido a la ciudad durante casi tres décadas (1961-1989), fue derribado.

Pero el muro no separaba únicamente a la capital alemana en dos, sino también a Europa y al mundo. Un mundo regido por un orden bipolar en el que Estados Unidos y la Unión Soviética constituían los extremos.

Alemania, luego de la segunda gran guerra, se había rendido ante los Aliados, conformados por Francia, Estados Unidos, Reino Unido y Francia.

Alemania, luego de la capitulación, fue dividida en cuatro. Cada parte quedó bajo la influencia de cada uno de las cuatro potencias mencionadas. La ciudad de Berlín, aunque ubicada en la zona soviética, por ser la capital, también fue dividida en cuatro. La Unión Soviética, bajo un régimen comunista implantado en 1917, tras la Revolución Bolchevique, tenía sin embargo planes propios para el territorio bajo su control.

Alemania quedaría pronto dividida en dos: la República Federal de Alemania o Alemania Occidental y la República Democrática Alemana o Alemania Oriental.

La primera fue regida por el modelo capitalista imperante especialmente en el Reino Unido y en Estados Unidos; y la segunda, bajo un sistema comunista y de economía planificada.

Durante la década de los 50, casi tres millones de personas (en su mayoría jóvenes) abandonaron la Alemania Oriental. Para la década de los 60 se estima que la corriente migratoria alcanzaba unas 200 mil personas por año. Por tal razón, y bajo la justificación de evitar una invasión occidental, las autoridades comunistas ordenaron la construcción de un muro que dividiera a ambas Alemanias.

El muro fue construido de forma rápida y sorpresiva. La noche del 13 de agosto de 1961, enormes rollos de alambre de púas fueron desplegados en las calles. Al despertar, muchos alemanes residentes en la zona oriental se encontraron separados de sus familiares que vivían incluso en la acera de enfrente. Luego el alambre fue sustituido, aún en pleno centro de la ciudad, por losas de hormigón y bloques. Calles, avenidas, parques, plazas y manzanas de casas quedaron divididas por la construcción que llegó a tener 155 Kms de largo. Se colocaron 8 pasos fronterizos, 7 de los cuales eran para carreteras y uno para trenes.

El cruce fronterizo, sin embargo, se hizo más estricto en los años venideros. Llegó a haber incluso un doble muro, vallas con electricidad, más de tres centenares de torres de vigilancia, perros amaestrados, zanjas para impedir el paso de vehículos, búnkeres, miradores, quince mil elementos de seguridad con órdenes de disparar en contra de los que intentaran cruzar la barrera, lo cual ocurrió en diversas oportunidades. Se estima que al menos 200 personas murieron al intentar huir durante las décadas 60, 70 y 80.

La demolición de aquel muro, que parecía inexpugnable, fue acaso la culminación de un proceso que había comenzado en la misma Unión Soviética a raíz del cambio de política de Mijaíl Gorbachov que, en 1985, se había convertido en secretario general del Partido Comunista soviético. Sus reformas dieron paso a una política de transparencia y apertura, denominada “Glasnost”, que pretendía dar marcha atrás a la política de represión implementada por Stalin. Las medidas trajeron consigo la liberación de presos políticos, la eliminación de la censura impuesta a los medios de comunicación y el respeto de las libertades de los ciudadanos. Tales políticas, que iniciaron en Moscú, llevaron sus vientos hasta los países que formaban parte de la Unión Soviética, entre ellos Alemania Oriental, Polonia, Hungría, entre otros.

Con la apertura de las fronteras húngaras, miles de alemanes orientales lograron cruzar hasta las fronteras austríacas y el éxodo se convertiría pronto en una marea humana que cambiaría la historia del mundo.