La semana anterior se caracterizó por una secuencia de propuestas infundadas, acusaciones diversas y los infaltables insultos en las redes sociales, cuya motivación principal fue la presentación de una pieza de correspondencia de un diputado de una fracción partidaria, solicitando al pleno legislativo que se aprobara la creación de un equipo médico, para determinar la salud mental del presidente Bukele, misma que, casi de inmediato, fue rechazada por todos los institutos políticos y por la ciudadanía responsable, dado que esta clase de acciones, por su perversa intencionalidad manifiesta, lo único que pueden producir es mayor desasosiego social, en momentos que nos aprestamos a un evento electoral, de suma importancia para el destino nacional de los próximos años.

La ciencia psicológica nos advierte que cada persona tiene su propia forma de actuar y pensar, ante determinadas situaciones. Pero una cosa es tener o manifestar ese comportamiento individual característico, y, otra cosa muy, pero muy distinta, es que se deduzca que por esa conducta, una persona esté enferma mentalmente.

Desde la lejana época de la Grecia Antigua, ya los filósofos esbozaron esos rasgos que, con el paso de los siglos y estudios científicos como los efectuados en Europa por Sigmund Freud, Alfredo Adler, Carlos Gustavo Jung, Pávlov, Rorschach y muchos más, lograron esquematizar personalidades como obsesivo-compulsivas, querulantes (aficionadas a reñir), etc. que, si bien son personalidades o conductas características de alguien, no representan que son enfermedades mentales, como la esquizofrenia, por ejemplo, donde la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, lo lícito e ilícito, se anula en el individuo, y, por supuesto, no mencionamos otros componentes sintomáticos de las psicosis, como ideas delirantes, alucinaciones, ilusiones, etc. dado que no es mi intención dar cátedra psicológica, dentro de la brevedad de esta columna.

En la vida hemos conocido amistades, o familiares que, por su conducta habitual, en el lenguaje sencillo de las gentes, las llaman “personas alocadas”, gentes de “mecha corta” (por su facilidad en enojarse) y otros calificativos similares, pero que, a la hora de tomar decisiones personales, o en sus trabajos, demuestran una cordura inigualable, una actuación razonable y un pensar muy lúcido. Claro, ha sido también comprobado que esos componentes sui géneris, se les puede mejorar adecuadamente por medio de la educación, la psicoterapia, la consejería religiosa, etc. Y ya que tocamos este punto, volvamos al tema central: ningún presidente de la república es un dechado de virtudes personales, únicamente.

Como todo ser humano, también tiene sus defectos, sus maneras peculiares de conducta. Lo que suele decirse, que cada mandatario deja su huella muy propia en su administración, o sea, su impronta que, durante su ejercicio, de manera ineludible, causará cierta impresión en el ánimo de su país. De allí la imperiosa necesidad de que todo jefe de Estado se rodee de asesores capaces, no solo de aliados partidarios, sino de profesionales reconocidos en cuestiones constitucionales, decisiones económicas, relaciones internacionales, etc. Es innegable, que al panal de ricas mieles del Estado, siempre acuden miles de moscas golosas, de aduladores y mentirosos. Eso es un punto delicado de toda administración.

Ojalá el señor Bukele escuche, con cuidadosa atención, las críticas que le formulen y que sus próximos pasos sean dentro del marco constitucional de derecho, para bien de todos los salvadoreños. Y cierro: debe observar, y tener siempre en su actuar oficial, lo que le señala el Art. 168 de nuestra Constitución.