A los 19 años, dos años después que asesinaran a mi papá, salí del país decepcionado con ganas de buscar un futuro afuera. Me fui a Europa donde trabajé para pagarme los estudios. El apoyo de mi madre y hermanos fue fundamental. Nunca me sentí solo a pesar de estar lejos. En 1998 supe que tenía que regresarme a hacer algo por mi país, a aportar lo que había aprendido sobre cooperación al desarrollo. No sabía cómo lo haría, pero sabía que tenía que hacerlo. Al llegar al país en 2002 me di cuenta que no sería tan fácil. En el camino la principal barrera que he encontrado es que muchos salvadoreños siempre te dicen: “No tengo tiempo”, “si no trabajo, no como”, “No creo en ninguno, todos son iguales…”, “Soy apolítico, no me meto en política”, “¿y qué podemos hacer nosotros contra ellos?”

Pero ¿cuándo habrá tiempo para interesarse en el país? la indiferencia no es una alternativa, eso sí está demostrado que no arregla nada. Si no nos involucramos nosotros, ¿entonces quién?, aunque no queramos, la política se mete con nosotros, y no podemos limitarnos a preguntarle a los candidatos ¿qué harán por el país?, hay que preguntarse: ¿qué podemos hacer los ciudadanos para sacar adelante El Salvador?

Me defino como un hombre de fe, de principios, de familia y que ama El Salvador, país al que he regresado varias veces porque sé que vale la pena. Algunos me llaman “necio o ingenuo”, yo creo que soy perseverante. Me gustan los retos grandes. Los salvadoreños estamos hechos para cosas grandes. Me considero un emprendedor que no le importa ir de casa en casa vendiendo con tal de forjar un mejor futuro para mi familia en este país.

Cansado de los abusos que muchas instituciones cometen y siempre buscando espacios de participación comencé a involucrarme y fundar organizaciones sociales desde las cuales hemos fiscalizado y monitoreado el actuar de las instituciones del Estado y de los partidos políticos, proponiendo reformas e incidiendo. Pero todo ello tiene un límite y a los que nos gusta asumir retos sabemos que podemos aportar más a El Salvador.

La decisión de participar con un partido político no fue fácil. En 2018 intenté participar como candidato independiente para diputado porque, como muchos, en ese momento no nos sentíamos representados por ningún partido político. Sin embargo, siempre lo dije y ahora con mucha más razón lo sostengo: “los partidos políticos son un pilar de la democracia, pero deben ser fuertes, modernos y transparentes”. ¡Hoy día los partidos le fallan a la ciudadanía!

En mi experiencia las instituciones sí funcionan, pero sólo si los ciudadanos les exigimos que cumplan con sus funciones constitucionales. Los partidos “tradicionales” demostraron ser muy hábiles para adecuar los marcos legales y las instituciones a conveniencia de grupos de poder y sus cúpulas en detrimento de los ciudadanos honrados. Y el actual partido en el gobierno, con mayoría en la Asamblea a partir del 1 de mayo, se convirtió en uno más que se aprovecha de la debilidad institucional y la desidia de los ciudadanos.

Esperamos casi 30 años después de los Acuerdos de Paz para que los políticos se comprometieran con los ciudadanos a sacar adelante el país, pero lo que siguen demostrando es poca madurez y falta de voluntad para hacerlo. Es momento que los ciudadanos nos pongamos de acuerdo y le digamos a los políticos lo que nosotros queremos para El Salvador.

Nada cambiará en el país sin la participación activa de los ciudadanos. Los ciudadanos somos los únicos que podemos transformar nuestro país haciendo valer nuestros derechos; somos nosotros los que debemos provocar la transformación de las instituciones para que trabajen en favor de los ciudadanos; debemos ser nosotros los que cerremos los espacios a la corrupción, a la impunidad, al despilfarro, a los privilegios desmedidos, exigiendo transparencia sin descanso; somos los ciudadanos los que debemos conquistar los espacios y lograr que prevalezcan los principios éticos, la probidad y la eficiencia en la función pública.

¡El precio de desentenderse de la política es que nos gobiernen los peores hombres! (Platón)