Óscar Alberto Martínez era un joven que vivía tranquilo en su ambiente rural, recibiendo el cariño de su esposa y familiares, cuya dicha aumentó con el feliz arribo de su primera hijita Angie Valeria. Un día, preocupado por el desempleo y un sinnúmero de dificultades diversas, dispuso con su esposa abandonar el país para dirigirse, como miles de nuestros compatriotas, hacia la tierra de promisión, ubicada allende a las corrientes caudalosas del llamado río Bravo. Y sin pensarlo mucho, se dirigió hacia la nación de sus ilusiones, con su mujer e hijita, dispuesto a superar todas las vicisitudes y peligros que el viaje entraña para quienes se van sin cumplir los requisitos migratorios exigidos para poder ingresar, por los puestos fronterizos, sin ninguna dificultad.

El itinerario ilegal los llevó a cruzar tanto la frontera guatemalteca y recorrer, posteriormente, todo el territorio mejicano hasta llegar a Ciudad Juárez. Su arribo parecía casi inminente y así se lo comunicó a sus parientes en El Salvador. El anhelado “sueño americano” casi era un hecho tangible para dicha de nuestros protagonistas en mención, aunque nos imaginamos que no fue nada fácil arribar a esa ciudad fronteriza, pero atrás quedarían las duras peripecias y angustias experimentadas, cuando pusieran sus pies en la ciudad texana de El Paso y aspirar el aire estadounidense.

Sin embargo, no contaban que la nación “donde manan la miel y la leche” tiene, desde el origen del mundo, un guardián natural insensible, inmisericorde y violento que guarda la frontera con sus fuertes y profundas corrientes, el famoso río Bravo que, en determinadas épocas del año, se mira triplemente incrementado en su caudal con las descargas periódicas de algunas represas hidroeléctricas, mismas que están ubicadas a lo largo de su enorme y tumultuoso trayecto, de donde ha derivado su nombre. Esas descargas coincidieron con el arribo del pequeño grupo familiar de Óscar a sus riberas, siempre llenas de mil peligros inimaginables, donde centenares de migrantes han perdido sus vidas a través de los años, tragedias que pasaron inadvertidas, porque no estaban vigentes las durísimas políticas migratorias que ahora impulsa, por intereses electorales, el presidente Donald Trump, con especial dedicatoria a nuestros sufridos y necesitados pueblos centroamericanos; políticas perversas que, poco a poco, van calando intensamente en la conciencia de los ciudadanos de esa grande y admirable nación que, desde el 4 de julio de 1776, se transformó en paradigma mundial de respeto a la Carta Magna, las leyes secundarias, los derechos humanos y la migración benéfica y que, a la postre, podrían influir negativamente en los resultados de los escrutinios para el partido Republicano, que se encuentra actualmente con capacidad decisoria tanto en el poder ejecutivo, como en el senado federal.

Pero en la vida de los seres humanos, las ilusiones, los anhelos, los deseos de superación, son tan enormes, tan difíciles de controlar con el raciocinio, que sin medir las probables consecuencias negativas, nos motivan a tomar decisiones riesgosas, y en un rapto de la conciencia razonable, nos olvidamos del peligro y con la esperanza puesta en la proa de nuestra barca mental, nos lanzamos, decididos, a cruzar los ríos que se interponen en la consecución de nuestros más queridos y recurrentes sueños de triunfo. Y como el gran Julio César, que tenía prohibido cruzar el Rubicón acompañado de sus legionarios, para entrar a la Roma de los césares, espoleó su caballo al grito de “Alea iacta est” o sea, la suerte está echada y selló su feliz destino de dominar el imperio de la época, así también nuestro héroe, cargando sobre sus hombros a la pequeña Angie, mientras su esposa (y madre de la menor) los seguía a cierta distancia, se lanzó decidido a dominar la ferocidad del río fronterizo y llegar al territorio anhelado, para solicitar asilo migratorio. Pero una cosa es el sueño de alcanzar algo y otra, la dificultad real y peligrosa para lograrlo. Cruzar el río Bravo a nado, en neumáticos, o frágiles lanchas inflables, incluso pequeñas bañeras plásticas, sin conocer su curso o la fuerza de la corriente, es casi como encaminarse a un suicidio. Todos conocemos el desenlace de esa fatalidad. ¿Cuándo finalizará?