He visto durante horas los testimonios de los testigos de la masacre de los Jesuitas en 1989, en la Audiencia Nacional de España. Aunque la inmensa mayoría de detalles ya eran conocidos, escucharlos en un tribunal establece una verdad jurídica que traerá consecuencias no solo legales sino morales e históricas para El Salvador.

Una de las cosas que me ha impresionado son las campañas de odio que se promovieron contra los sacerdotes jesuitas por sus críticas hacia la situación nacional. Como no pudieron acallarlos con las campañas de intimidación y odio que se hicieron, entonces terminaron asesinándolos de la manera brutal que se hizo.

Otra cosa que me ha impresionado es que en las transmisiones en vivo que hemos hecho varios medios de comunicación, aún hay comentarios de gente capaz de justificar esos crímenes de la guerra. Y además, gente aún insultando a algunas de las víctimas, de los testigos o de sus defensores. ¡Por Dios! ¿No hemos avanzado nada en más de 30 años?

El fomento del odio es una sociedad siempre trae consecuencias como estas. Yo entiendo que un crimen como este aún genere pasiones en todas las partes, pero partamos de una realidad y es que es un crimen de lesa humanidad, de sacerdotes desarmados y dos de sus empleadas que son asesinados por militares fuertemente armados.

El Salvador tiene que enfrentar sus verdades históricas y sobre todo, aprender de esas lecciones de la historia para ya no volver a cometer esos errores, no volver a entrar en esos ciclos horribles de odio. Yo siempre evoco la frase del himno nacional: “De la paz en la dicha suprema siempre noble soñó El Salvador; fue obtenerla su eterno problema, conservarla es su gloria mayor”. Eso deberíamos tener en mente siempre.