La Gran Guerra provocó 10 millones de muertos y 21 millones de heridos. / AFP


El 28 de junio de 1914, la pistola accionada por el joven nacionalista serbio Gavrilo Princip puso fin a la existencia del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono austro-húngaro. Ese crimen -cometido en Sarajevo (Bosnia, entonces parte del imperio austro-húngaro y actual capital de Bosnia-Herzegovina)- fue la causa inmediata que detonó las hostilidades entre Austria-Hungría y Serbia, aunque los orígenes profundos del conflicto se remitían a la historia europea del siglo XIX, en las tendencias económicas y políticas que imperaron en Europa desde 1871, cuando fue establecido el segundo imperio alemán. En 1892, desde el Diario de Costa Rica, el escritor nicaragüense Rubén Darío profetizó el inminente estallido de una guerra europea a una escala nunca antes vista.

Con el paso de las siguientes semanas, ese conflicto militar localizado se transformó en un enfrentamiento armado a escala europea cuando la declaración de guerra abarcó a Rusia desde el primer día de agosto de 1914. Al día siguiente, Francia emitió una convocatoria de movilización general de todos sus ciudadanos y sus descendientes para que se presentaran a las diferentes ramas de sus cuerpos armados, bajo la pena de ser declarados insumisos y juzgados por tribunales militares.

La llamada Gran Guerra pasó a ser una verdadera conflagración mundial, en la que participaron 32 naciones (y algunas de sus posesiones coloniales en África y Asia) y se libró entre dos grandes alianzas militares: los aliados (Francia, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos, más otras 25 naciones) y los imperios centrales (donde estaban incluidos el Segundo Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Otomano).

El Salvador no escapó a las consecuencias de aquel conflicto global. Algunos de sus ciudadanos lograron sobrevivir al hundimiento de buques en el océano Atlántico (como el torpedeado vapor Lusitania) y a otros vejámenes en suelo europeo. Otros lograron salir a tiempo de los potenciales escenarios de guerra (como fue el caso de la pianista Natalia Ramos y del diplomático y periodista Alberto Masferrer) para retornar al territorio salvadoreño antes de que disminuyera el tráfico de vapores a causa de las minas, los torpedos y los ataques desde submarinos y otros buques.

Armisticio. Una foto de archivo del armisticio firmado entre los aliados y Alemania, el 11 de noviembre de 1918.


Varios salvadoreños formaron parte de los 132 centroamericanos registrados en el Consulado General de Francia, con sede en la capital guatemalteca, de los que 36 fueron movilizados a los frentes de batalla, donde seis de ellos entregarían sus vidas. ¿Cuántos hombres salvadoreños más fueron a pelear a los otros ejércitos de la Triple Entente o de la Triple Alianza? Por el momento, esa pregunta quedará abierta.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, muchas casas comerciales y negocios agrícolas de El Salvador estaban en manos de empresarios europeos, que tenían entre sus empleados a otros europeos. Así, italianos o alemanes tenían bajo contrato a otros compatriotas, suizos, belgas y demás integrantes de una reducida, pero dinámica comunidad productiva, por medio de la cual El Salvador exportaba o importaba muchas mercaderías, materias primas, enseres y demás objetos del mundo industrializado, a cambio de café, azúcar, algodón y otros productos agrícolas. En 1914, solo Alemania compró el 29 % de toda la producción cafetalera salvadoreña.

Aquellos comerciantes y sus volúmenes de negocios e inversiones hicieron que el gobierno presidido por Carlos Meléndez Ramírez optara por no declarar la guerra a ninguna de las potencias en pugna, sino que en febrero de 1915 adoptara una posición de neutralidad amistosa ante la guerra. Esa decisión originó una nutrida correspondencia desde Washington, en la que el presidente Woodrow Wilson incitaba al mandatario salvadoreño a reconsiderar su postura. Como recordaría años más tarde el abogado y funcionario Dr. Enrique Córdova en sus memorias, al gobernante salvadoreño no le parecía adecuado declararle la guerra al Káiser porque no lo conocía, nunca le había hecho nada malo y las únicas referencias en contra provenían de Wilson y sus diplomáticos. Casi como respuesta, en febrero de 1916, el senado estadounidense votó 55 a favor y 16 en contra para la ratificación del Tratado Bryan Chamorro suscrito con Nicaragua, que permitía el establecimiento de una base naval de Estados Unidos en el golfo de Fonseca.

A lo largo de 1914 y 1915, el conflicto europeo formaba parte de las portadas e interiores de los periódicos nacionales, que publicaban muchos detalles de las batallas entre aviones, zepelines, submarinos, tanques, lanzallamas, bazucas, gases venenosos, ametralladoras y cañones descomunales y muchos artefactos más de la producción tecnológica de carácter bélico. A eso se sumó el cine, que mostró diversas películas mudas de las vivencias en las trincheras y los campos de batalla para azuzar conciencias y lograr más enlistamientos en las filas militares aliadas. Uno de esos filmes, La Francia heroica, se proyectó en varias salas capitalinas durante algunas semanas.

En la prensa salvadoreña y mientras hubo servicios telegráficos disponibles, la Gran Guerra se convirtió en una suma de noticias falsas o propaganda (en especial, la generada para Latinoamérica por la agencia alemana Transocean, asentada en la capital mexicana), manipulación mediática local de los cables de AP y Reuters, espectáculo morboso y una exaltación patriotera y nacionalista. Medios impresos como el prestigioso Diario del Salvador (1895-1934) no ocultaban sus preferencias por el Káiser Wilhelm y los imperios alemán y austrohúngaro. Fue hasta junio de 1917, con la llegada del poeta y periodista colombiano Ricardo Arenales (después Porfirio Barba Jacob) que ese diario de gran formato dio una vuelta de tuerca hacia la causa aliada.

Esa germanofilia explica, en parte, la facilidad con la que comerciantes, agricultores y empresarios de Guatemala y El Salvador recaudaron más de 23 mil marcos para la Cruz Roja Alemana. Al cerrar la colecta, en el último día de 1914, las cuentas totales fueron exhibidas en la sede salvadoreña de la recolección, situada en el almacén El Fénix, de Johann Lüders, en la manzana oriental frente al parque Bolívar (ahora Barrios).

Ernesto Bará. Nacido en San Salvador, 1890, combatió en las batallas del Marne, Arras, Champagne y el valle del Somme.


Mientras los comerciantes, industriales y agricultores europeos asentados en El Salvador mantuvieron en calma la situación local, pese a la mortandad bélica entre sus naciones. La economía salvadoreña evidenciaba un creciente déficit fiscal, una profunda escasez de moneda circulante con un inadecuado nivel de liquidez y una fuerte expansión del crédito. Ante ese panorama, los bancos privados no estaban en condiciones de emitir más billetes en un plazo inmediato, porque ya habían empleado la emisión monetaria como medio para financiar la creciente demanda por crédito. El fantasma de la ruidosa quiebra del Banco Nacional del Salvador rondaba en aquel ambiente cada vez más enrarecido.

La declaratoria de la guerra provocó en El Salvador una interrupción progresiva del intercambio comercial en exportaciones e importaciones, los correos y las comunicaciones telegráficas y telefónicas; un alza inusitada del cambio monetario internacional y la suspensión de créditos interiores; una baja anormal de los precios del café en Europa y Estados Unidos; interrupción de las operaciones de crédito bancario y pago inmediato de muchas cantidades de moneda de plata y oro, con grave desvalorización de las reservas de metales preciosos. Además, muchos agricultores (en especial, los minifundistas) se vieron obligados a vender de forma anticipada sus cosechas a precios muy bajos.

En el ámbito internacional, la tensa situación existente entre Estados Unidos y México derivó entre junio y julio de 1916 en una invasión militar del primero en el territorio del segundo. El Salvador mantuvo su posición neutral, pero abogó por una solución negociada al conflicto, con mediación internacional. Ese gesto fue tomado en amplia consideración por el presidente mexicano, general Venustiano Carranza, quien dispuso rendirle agradecimiento al país mediante el obsequio de una estación radiotelegráfica y un aeroplano monoplaza, los primeros artefactos tecnológicos de ese tipo que tuvo el gobierno salvadoreño.

En medio de ese panorama de expansión bélica, uno de los primeros enlistados en el ejército francés fue el capitán salvadoreño Ernesto Bará, nacido en San Salvador, en 1890, en el hogar del general francés Henry Bará (1853-¿?). Él tomó parte en los combates del Marne, Arras (9 de mayo al 24 de junio de 1915), Champagne y el valle del Somme (el mismo donde en abril de 1918 sería derribado el piloto alemán von Richthofen, el temido Barón Rojo). Sobreviviente de todas esas batallas y sus horrores, en su ausencia fue objeto de un festejo en su hogar salvadoreño, el domingo 15 de octubre de 1916. Dos semanas después, su foto en traje de campaña y sus hazañas fueron mostradas, en castellano e inglés, en la página 193 del lujoso Libro azul de El Salvador. En enero de 1932 resultaría herido durante el levantamiento etnocampesino del occidente salvadoreño, mientras comandaba uno de los cuarteles atacados por los indígenas azuzados por el Socorro Rojo Internacional.

Otros enlistados en los ejércitos aliados entre 1915 y 1916 fueron Raoul Bonne (francés de origen y exempleado del almacén París Volcán de San Salvador, falleció en uno de los frentes europeos de combate en abril de 1916), Arturo Paniagua (enlistado en el cuerpo de voluntarios extranjeros de Francia, por su valor en combate le agenciaron la Medalla militar y la Cruz de guerra. Retornó a suelo salvadoreño en febrero de 1917) y el ingeniero José Heriberto Liévano (graduado de la Escuela Politécnica que funcionó en la capital salvadoreña entre 1900 y 1922, prestó sus servicios militares en el cuerpo de ingenieros del ejército francés, por lo que participó en la construcción de trincheras, puentes, caminos, redes ferrocarrileras y más. De regreso en El Salvador, en la década de 1930 fue el responsable final de la construcción del cuartel central de la Policía Nacional, en la ciudad de San Salvador). CONTINUARÁ