En muchas partes del mundo se ha repetido la escena de que la gente en cuarentena sale a sus balcones y a cierta hora aplauden a los médicos, enfermeras y todo el personal de salud por sus enormes esfuerzos para atender a los enfermos de coronavirus. Es un gesto de agradecimiento a sus labores y enormes sacrificios, algunos han llegado al extremo de perder sus vidas por atender a los contagiados.

En El Salvador -históricamente- los trabajadores de la salud no han recibido ni aplausos. La medicina es una carrera dura, difícil, sacrificada, desde la época de estudiantes. Estudios intensos, desvelos, turnos, aprender a manejar el dolor en primera fila y pagos injustos, sueldos muy bajos desde la época de interno.

A eso hay que sumarle que se trabaja con las uñas, que los hospitales nacionales han vivido siempre saturados de gente y en escasez de medicamentos e insumos. El Seguro Social también saturado.

Luego viene la especialidad, otro gran sacrificio para los médicos. Duro. Una carrera que puede tomar 10 o 12 años como mínimo para que un día puedan desarrollarse plenamente como profesionales y recibir un salario digno.

¿Qué decir de las enfermeras y enfermeros? Igualmente, una vida dura y difícil, con bajos salarios, enfrentando las emergencias en primera línea.

Esta pandemia debe replantear la manera que vemos al sector salud porque necesitará algo más que aplausos. Necesitan fondos, necesitan sueldos dignos, necesitamos hospitales equipados, con suministros y medicamentos suficientes, limpios, con camas apropiadas. Eso debe ser la prioridad, la vida humana. Ojalá que esta pandemia replantee las prioridades de El Salvador y del mundo. No son los ejércitos los que más fondos públicos necesitan, sino nuestros hospitales, nuestras escuelas.

El mundo, erróneamente, se ha concentrado por décadas en comprar armamento, mostrar sus arsenales que hoy en tiempos de pandemia de poco servirán para un enemigo invisible y diminuto que en meses podría causar más muertes que las dos guerras mundiales.

Los médicos y enfermeras de El Salvador y del mundo necesitarán algo más que aplausos, definitivamente.