Soy un docente que está en cuarentena; así como millones de personas y docentes en el mundo. Se nos suman las personas que no laboran, las que siempre están en casa. Mientras la crisis aumenta en vez de mermar, cada día escojo una camisa diferente y me preparo para hacer videos y subirlos a You Tube. De la UFG me mandaron las indicaciones para descargar Microsoft Azure y TEAMS; mientras tanto, utilizo la plataforma Zoom.

Con el encierro, comprendemos o pensamos en los que están en los centros penales. Una comparación vaga; sin embargo, estar encendiendo la computadora cada día y comunicarme con los alumnos es parte del quehacer diario. Mientras veo los telenoticieros, en España e Italia, especialmente, el drama aumenta. Es una crisis psicológica, peor que una guerra mundial.

No me había acostumbrado a estar tanto tiempo en casa, siempre estaba en la Universidad. Acá en el vecindario, algunos padres de familia no comprenden, dejan que sus hijos pequeños jueguen en la calle, pareciera que no está sucediendo nada. El sol se proyecta todas las tardes en mi casa, son cuatro horas de calor intenso. El perro del vecino contamina, no deja de ladrar y ladrar. Algunos vecinos le dan volumen a sus perreos y a la pseodomúsica. Las ambulancias se escuchan a lo lejos, la señora del pan rompe el silencio por las mañanas. Las calles están desoladas, parece que fuese el primer día del año, la pandemia del coronavirus ha resguardado a casi toda la humanidad. En las redes sociales casi todos instan a orar, a que no se pierda la fe. Para los incrédulos, la fe es un ente que no existe. Claro, nadie quisiera dejar de existir.

El teletrabajo cambia muchas cosas, se viste cómodamente, se toma café a cantidades, se come más. No es fácil, más cuando el grupo familiar hace sus actividades. La concentración tiene mucho distractores. En esta crisis está prohibido decir “tengo deseos de salir huyendo”. Es mejor tener paciencia. Es mejor que la familia permanezca unida. La crisis ha hecho milagros en casa. La unidad impera más. El encierro tiene sus efectos colaterales. Se anhela un café con la persona especial, las caminatas, los atardeceres en la playa, se anhela ver los colores mágicos de las montañas. Se anhela todo lo que nos llena de vida. Todo lo que nos motiva hace falta. La familia es el escudo, es la razón de seguir adelante. Los emoticones, cadenas de oración, videos de motivación, audios, memes, fake news, etc., circulan a diario.

El estrés quiere entrar en casa, por desgracia, en esta cuarentena, el televisor se arruinó, la laptop y esas pantallitas de los celulares son el pasaporte para comunicarnos con los seres queridos y amigos. No se puede ni salir a correr por el barrio, la policía te pregunta de todo como si fueses un sospechoso. Lo bueno de todo esto es que, el tiempo para escribir es una fórmula para evitar el aburrimiento. Un consejo, escucha música con mensajes de fe. Escucha a Facundo Cabral, Benedetti y lee poemas que te animen. En medio de la crisis, nos hemos hecho más humanos.

Los archivos PDF, los coloridos power point y otros documentos, son parte del quehacer diario. Alguien los recibirá y no sé si se alegrará. Mientras el encierro domiciliar transcurría, se me ocurrió hablar de un tema diferente, todos los días, y hacer Facebook Live a las siete de la noche, hora salvadoreña. La bitácora de vida ha cambió. No se sabe cuándo pasará la crisis.

La psicosis aumenta cada día, las noticias calan más y las cadenas que realiza el gobierno de Bukele informan de nuevos casos de coronavirus. Un hospital de tres plantas se construye en CIFCO, la mitad de salvadoreños seguimos en cuarentena y, muchos no acatan las órdenes. En una radioemisora escucho a una psicóloga, manifiesta que guardemos la calma y, si es posible hasta golpeemos una almohada para sacar el estrés o la energía acumulada por el encierro. Mientras tanto, en Netflix encontré una serie sueca “La lluvia”, en donde dos hermanos pasaron seis años en un bunker esperando que no les cayese la lluvia; ya que, está contaminada con un virus.

Solamente he salido una vez a comprar provisiones y cumplí todas las reglas sanitarías. Cada día, cada semana la crisis aumenta y en las vísperas de Semana Santa, los contagiados se habrán multiplicado. El teletrabajo, bendito teletrabajo, con el cual podré salir adelante, mientras todo se normalice. Ojalá sea pronto.