Francia ha estado sufriendo en las últimas semanas ataques extremistas injustificables e inaceptables para el mundo occidental. Los especialistas hablan de un fanatismo islamo-fascista intolerante y violento.

Hace solo un par de semanas, el profesor de historia fue decapitado por un refugiado musulmán por haber mostrado a sus alumnos en una clase de libertad de expresión caricaturas del profeta Mahoma. El profesor había tenido la delicadeza de pedir a los alumnos que profesan esa religión que salieran de su clase.

Pero este jueves, tres personas murieron, una de ellas degollada, en un ataque con cuchillo en una iglesia en pleno corazón de Niza, en el sureste de Francia, lo que el presidente Emmanuel Macron tachó de “ataque terrorista islamista” en un país en alerta máxima.

Además del ataque en Niza, un guardia del consulado francés de la ciudad saudita de Yedá fue herido en otro ataque y un afgano fue detenido en la ciudad francesa de Lyon cuando intentaba subir a un tranvía con un cuchillo, todo ello en la misma jornada.

Pareciera que como ha dicho el primer ministro francés, Jean Castex, “después de la libertad de expresión, (...) es hoy la libertad de culto y la libertad de conciencia las que están siendo atacada”.

La gran ironía es que los atacantes se han refugiado en Francia en busca de las libertades y la prosperidad de las que carecen en sus países. El terrorismo, en cualquiera de sus manifestaciones, siempre será una manifestación cobarde del extremismo político o religioso. Solo podremos convivir en armonía, cuando respetamos las diferencias en este mundo plural y diverso.