Según datos de la Fiscalía General de la República, entre el 1 de enero y el 18 de diciembre de 2018, el número de denuncias de personas desaparecidas que recibió fue de 3,514, lo cual significa que existe un promedio de 10 personas diarias que desaparecen producto de la violencia juvenil y el crimen organizado que vive la nación. No hay palabras para describir el dolor y el luto que atraviesan miles de madres y padres que han perdido a su ser amado y que han buscado con incansable esfuerzo, pero siempre chocan con la misma barrera de parte de las autoridades: “seguimos investigando”

De modo que la cifra de personas desaparecidas es similar a la cifra de homicidios diarios que ha estado teniendo El Salvador, lo cual nos ubica como uno los países con alta tasa de impunidad, con un 65.03 % de conformidad al Índice Global de Impunidad (IGI) de 2017, que elaboró la Universidad de las Américas, en Puebla, México. El estudio reveló que el problema de El Salvador radica en cómo está diseñado su sistema de justicia y seguridad, que conlleva a la ineficacia de la justicia. Por ejemplo, el país tiene aproximadamente 10 jueces por cada 100,000 habitantes, abajo del promedio mundial de 17 por cada 100,000.

En consecuencia, no existe la pronta y cumplida justicia para la mayoría de salvadoreños, dado que hay familias que no solo lloran la muerte o desaparición de un pariente, sino que las heridas en el alma están abiertas debido a la impunidad. Es triste saber que cada día continúan encontrando cementerios clandestinos, donde compatriotas de diferentes edades, perdieron la vida por estar en el lugar equivocado, vivir en una zona marginal, o por no querer pertenecer a estos grupos criminales; está claro que las pandillas tienen pacto diabólico, de lo contrario no harían lo que hacen con lujo de barbarie.

De modo que los métodos que utilizan para multiplicarse (reclutamientos de niños) y para infligir terror (extorsión, secuestros, amenazas y asesinatos), no son convencionales, por lo tanto, la represión en los distintos centros penales es estratégico para bajar a las pandillas de las nubes y que no piensen que son ellos los que dominan el país, dado que es más duro para una madre llorar a un hijo desaparecido que no sabe dónde se encuentra, que una madre llore a un hijo pandillero que no puede ver por las medidas extraordinarias en los centros penales.

Así que mantener las medidas extraordinarias es clave, pero hay que cumplir con el debido proceso que tienen los reos que están detenidos, para que no vaya a salir más cara la medicina que la enfermedad, ya que erradicar un cáncer tan grande como es la delincuencia juvenil, no será tarea fácil, ni de llaneros solitarios, ni tampoco los jóvenes dejarán de delinquir por discursos emotivos; se requiere, además de la represión, que se desarrolle una política criminal de Estado, basada en la prevención, educación con valores y unidad, para que todas las familias se organicen, cuiden a sus hijos, y los eduquen con valores.

Creo que la diferencia en el combate a la delincuencia pandilleril, estará si nos unimos todos como una sola familia, pero divididos como lo hemos venido haciendo es difícil poder asestar un duro golpe a estos grupos criminales; por lo tanto, es fundamental que el presidente Bukele genere la sinergia necesaria entre los diferentes sectores y fuerzas vivas del país, para construir las soluciones y realizar los esfuerzos en conjunto, para atacar desde ángulos complementarios a las pandillas, para mermar su accionar. De modo que hay una sensación en la ciudadanía que se va por buen camino en materia de seguridad.

Hay que aprovechar esa coyuntura. El presidente tiene en sus manos una oportunidad de oro para convocar a las mejores mentes del país: empresarios, rectores de universidades, iglesias, libres pensadores y el resto de fuerzas vivas para poder contribuir a que los niveles de violencia bajen; pero no para mantener reuniones estériles donde se toman un café y luego se olvidan del problema, sino un verdadero comité o consejo que tome decisiones conjuntamente con el presidente; con un plan escrito, breve, sencillo, pero efectivo y no un documento largo que nadie lee ni entiende.

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (Juan 13:34).