Chile ha sido visto durante varias décadas como un modelo de transición democrática y desarrollo económico en la región, pero no toda la película estaba contada y los estallidos sociales recientes nos lo demuestran. La protesta social derivada de una serie de inconformidades, estalló con reclamos que parecían justos y el gobierno de Sebastián Piñera se vio obligado a admitir que no había escuchado el clamor popular.

Pero ahora hay signos que las protestas han derivado una anarquía incontrolable que está provocando la pérdida de miles de empleos y un vandalismo insensato. Tampoco es que se avale los abusos de las fuerzas policiales que se han denunciado, pero lo uno no justifica lo otro.

Los saqueos e incendios al comercio local han crecido de manera exponencial, los enormes daños en el metro de Santiago y como ejemplo dramático, la cadena Walmart informó la destrucción de 18 de sus supermercados en Chile y el cierre de otros 97, mientras que unos 5.000 puestos de trabajo están en riesgo. Casos como este se multiplican por todo Chile y el daño al final será para las clases más humildes que necesitaban esos empleos. Son lecciones que hay que ver con sensatez sobre lo que es capaz de hacer una protesta derivada en anarquía, mala fe y objetivos políticos insospechados.