Por naturaleza todos los seres humanos somos curiosos y solemos interesarnos en cualquier información que nos habilite como conocedores de un tema. Sin embargo, culturalmente muchos no tenemos capacidad para diferenciar una información valedera de una información falsa o no totalmente cierta. En ese sentido tomamos cualquier información o dato como valedero y adquirimos un conocimiento falso, sesgado o limitado. Involuntariamente os volvemos expertos en creer en la desinformación.

A lo anterior se agrega que por contexto social o influencias externas muchos nos volvemos fanáticos y casi caemos en convertirnos en seres irracionales que creemos todo a fe ciega, especialmente si quien genera el rumor o brinda esa información falsa o sesgada es una persona o institución con la cual nos identificamos ideológicamente o creemos estar identificados por alguna condición en particular.

Los expertos en táctica y estrategia propagandística saben que una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad para quienes carecen de criterio o son proclives a fanatismos de cualquier índole. Esas mentiras se vuelven axiomas escritos en piedra cuando quienes la difunden son líderes, figuras públicas, instituciones que pasan como serias o personajes que representan liderazgos relativos o representativos de sectores.

Con esto de la pandemia generada por el COVID-19 se ha desatado todo tipo de rumores e información falsa que han intoxicado a los salvadoreños. Toda esa información tóxica es ya una pandemia sustentada en las redes sociales por personas inconscientes que no le hacen ningún bien al país. A esto hay que abonar que la información oficial suele ser imprecisa y con criterio político y hasta partidario, lo que ha generado mucho ruido y confusión.

Cualquier información da paso a la desinformación y a una proliferación de memes en las redes sociales que, más allá del sarcasmo, en nada contribuyen a calmar la ansiedad de la sociedad. Los rumores están a la orden del día y cada vez más exagerados. Todos, sin mayor fundamento que un rumor o una información ruidosa sabemos algo del COVID-19, desde el que sabe que inició porque un chino se comió un murciélago hasta el que tiene la certeza que fue producto de un laboratorio estadounidense o el que está seguro que fue exportado desde otro planeta o que es un plan de los países del primer mundo para reducir población. Científicamente aún se desconoce el origen del virus, pero ya todos tenemos una teoría de acuerdo a nuestra conveniencia o limitación intelectual.

Los salvadoreños tenemos, en estos momentos de cuarentena, estar más unidos y evitar creer en falsa información. Más aún tenemos que evitar ser generadores o transmisores de rumores e información tóxica. Yo siento lástima cuando amigos periodistas se encargan de difundir rumores o utilizar sus redes sociales para colocar datos falsos o adoptar posiciones ideológicas o partidarias y fanáticas sobre la situación actual por el virus. Por ejemplo si un grupo de ciudadanos protesta pitando los cláxones de sus vehículos en contra de las medidas del gobierno en el marco de la pandemia, los periodistas deben informar ese hecho, más no adoptar una posición a favor o de rechazo. El periodismo debe dignificarse y si bien tenemos derechos a ser individuos políticos e ideológicos, nuestro deber ser nos inhibe manifestar públicamente, aunque sean nuestras redes, una posición determinada.

Los periodistas no debemos ser generadores de rumores ni difusores de información tóxica, aunque evidentemente tenemos que ser promotores de conciencia (haciendo llamados a respetar la cuarentena y a quedarse en casa, por ejemplo) y opinión (diciendo los hechos como son, con criterios de veracidad).

Los líderes que administran el poder formal (temporal) y real deben instar a la población a evitar profesar falsa información, ya sea para deslegitimar acciones, atacar a rivales coyunturales (políticos). Los llamados deben ser honestos pata evitar institucionalizar la información tóxica como estrategia del pandemonio social que es lógica consecuencia de la pandemia cuando a la par del virus circulan rumores y desinformación.

Un alumno de maestría me contestaba que todo mensaje generado por los administradores del poder formal y temporal debe considerarse comunicación política. Desde luego, pero nadie ha dicho que comunicación política equivale a comunicación partidaria o electoral, aunque por lógica una finalidad es ganar adeptos robándole sus propios adeptos a los rivales. Pero en este momento donde nuestras vidas y nuestra economía están en pandemia, hay que priorizar la comunicación formativa y obviar el rumor y la información tóxica. Rechacemos la ruidología comunicacional.