A tres días de haberse aceptado el cese al fuego por completo, la historia de la Guerra de las 100 Horas se entremezcla con las leyendas que traen los soldados al regresar a casa y así, muchas historias verdaderas son olvidadas y dan paso al mito. Ahora, 50 años después, es justo rescatar algunas de esas historias olvidadas.

Los vuelos de reconocimiento sobre territorio hondureño habían comenzado mucho antes de que estallara la guerra; por ejemplo, el 11 de julio, alrededor de las 6:15 a.m., un avión salvadoreño, remonta desde el este, saliendo desde el cerro El Pital y pasa a lo largo del borde fronterizo frente a Nueva Ocotepeque, como ha hecho desde hace una semana. La nave con matrícula YS-01N pertenece a un Cessna 180 Skywagon, del Departamento de Cartografía que cumple vuelos de reconocimiento en la frontera.

La nave, era observada cada mañana, desde el Puesto de Observación hondureño ubicado en El Cipresal, a cargo de un Pelotón de Infantería bajo el mando del Stte. Jorge Alberto Pineda, de la Compañía “B” del batallón Lempira. Esta aeronave ayudó a determinar las defensas hondureñas en El Ticante y alrededores de Nueva Ocotepeque, posibilitando los planes salvadoreños para atacar dicha ciudad el día 15 con el Primer y Octavo batallones de Infantería.

La guerra se acercaba a pasos agigantados. Alrededor de las 12:30 del mediodía, del 13 de julio, el Presidente salvadoreño, Gral. Fidel Sánchez Hernández y su Ministro de Defensa, Gral. Fidel Torres, se dirigen al EMGFA rodeados por una fuerte escolta militar.

“Al llegar, los dos funcionarios entraron en una sala vigilada como si guardara las joyas de la corona. Las paredes estaban forradas de mapas, rutas, fotografías aéreas tomadas por un avión espía salvadoreño, documentos e informes de inteligencia, entre muchos otros papeles”1. Después de examinar la situación militar, el Presidente tomó la decisión de ir a la guerra con Honduras. La guerra era ya inevitable.

Cuando el ataque del 14 de julio fue aprobado, hubo la necesidad de realizar un vuelo de reconocimiento sobre el aeropuerto de Toncontín para asegurarnos que los aviones de la FAH aún estuviesen ahí. La misión era muy peligrosa, pues no se podía utilizar una aeronave de combate, eso nos delataría, debía ser un avión civil pero al estar desarmada, no tenía la menor forma de defenderse si era interceptada por los corsarios enemigos.

En vista de lo anterior y pese al grave peligro que se corría al enviar un vuelo de reconocimiento en la profundidad del territorio enemigo, se decidió enviar al mismo bimotor Cessna 310 equipado con cámaras fotográficas, pilotado por el civil, Vicente Alberto Barraza, quien llevaría como copiloto al Myr. Oscar Roque Molina y a un fotógrafo de apellido Melgar.

La aeronave despegó de Ilopango ese lunes 14, con rumbo noreste, ascendió a 12,000 pies y puso rumbo hacia la capital hondureña. Al orbitar la base aérea, la torre de control de Toncontín, le urgió identificarse y al no recibir contestación alguna, se enviaron dos cazas Corsarios para interceptarla.

Pero la misión estaba cumplida y las fotos tomadas. El Cessna 310 ascendió a los 15,000 pies y se dirigió rumbo norte por espacio de 40 millas náuticas para luego torcer a su izquierda y dirigirse, primero hacia la frontera con Guatemala y luego hacia Ilopango, donde las preciadas fotografías fueron entregadas. El EMGFA juzgó conveniente seguir con el plan trazado. La orden de ataque fue cursada a todos los frentes. Es justo que pasados 50 años de aquellos sucesos, rindamos homenaje a los valientes pilotos civiles que se sumaron a este esfuerzo arriesgando sus vidas.