Pensemos que todo en la creación está íntimamente interconectado, lo que nos exige el cultivo de una armónica estética para destronar la violencia de nuestros andares; esa que llevamos, muchas veces, en nuestros corazones. El cauce de prevalencia se ha corrompido y el respeto se ha perdido. La irracionalidad lo confunde todo y no entiende más que de batallas. El espíritu tolerante brilla por su ausencia. Valores que están profundamente vinculados a la reivindicación de los derechos humanos, se incumplen por doquier. Permanecer en la inobservancia es persistir en el fracaso. Se nos otorgó una conciencia, instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales, y ahora ha llegado el momento de crear espacios para entenderse. Tampoco cabe la resignación, sería como un suicidio más. Asimismo, se nos pide un mayor compromiso por parte de todos; pues, por mucho que las sociedades se vuelvan cada vez multiétnicas, multirreligiosas y multiculturales, el futuro de los pueblos no está en tensar divergencias, sino en templar comportamientos, que traerán fruto a su debido tiempo.
Lo importante es desterrar a los sembradores del terror, resolver los problemas que puedan alimentar la violencia, activar el sosiego y defender la concordia. Debemos abandonar los caminos que nos degradan, aprovechando nuestras fortalezas, para dar fondo a una recuperación que nos ennoblezca como humanidad. Quizás tengamos que bajarnos de estos dominantes intereses materiales, que nos esclavizan por completo, y subirnos a ese orbe en el que sus moradores se entregan en cuerpo y alma a sus similares, a fin de poder reencontrarse más allá de cualquier confrontación. Al fin y al cabo, todos necesitamos acogernos, sanar heridas y restablecer en las mentes y en los corazones, ese espíritu comprensivo, que nos trascienda a vivir en un clima muy distinto al actual, donde lo único que impera es la dimensión económica, volviéndose las sociedades ingobernables; lo que demandará de los gobiernos actuales, una vez más, firmeza, pero también mucha paciencia y tolerancia.
Por eso, con urgencia tenemos que restituirnos de esta degradación a la que hemos llegado, con el tener y no ser. Tal vez todos tengamos que aprender a rendirnos cuentas. La desesperación de muchas gentes es bien palpable. No se puede vivir bajo este huracán de arrebatos. Necesitamos otras políticas más justas y verdaderas. covid-19 nos muestra que el mundo requiere de “una sola salud”, de una cobertura sanitaria universal y de unas prácticas cooperantes. Ojalá aprendamos la lección. Ganaremos placidez y continuidad con la reflexión. Lo sustancial es aprender a discernir. Ver el puente por el que hemos de cruzar y cual debemos de ignorarlo. Está visto, que cada día se requieren de más personas para aliviar traumas y favorecer la reinserción de esos ciudadanos que han sido víctimas de atropellos verdaderamente inhumanos. Mal que nos pese, el salvajismo ahí está, no puede ser disimulado por la ficción; y, esta farsa, sólo puede ser sustentada por la rudeza.
Indudablemente, lo malo de todo esto, es que los venenos de la furia y del odio, está tan impregnados en el ambiente, que nuestras próximas generaciones les va a costar aplacarse, pues la brutalidad sobre los niños ha crecido enormemente, hasta el punto que los traficantes de vidas inocentes son un blanco fácil en su búsqueda de aceptación, atención o amistad, a través de las redes sociales. Ojalá nos ejercitáramos en el buen uso de las tecnologías, abriéndonos al encuentro; no para atraparnos, sino para liberarnos y proteger un acompañamiento de personas autónomas, lejos de cualquier fanatismo. Nacimos para el amor, no para la barbarie. Cumplamos la misión.