Para El Salvador enero será por siempre el mes del diálogo, el inicio de la construcción democrática y la esperanza de refrendar el compromiso social de vivir en paz y con dignidad. Un espacio para el desarrollo plural de las diferentes visiones programáticas que estimulen la organización, la fuerza de movilización y el debate permanente para cimentar una correlación fundada en la razón y la institucionalidad que nos conduzcan a un nuevo acuerdo de nación.

En todas las religiones siempre hubo apóstatas que claudicaron renegando de la fe. No sería extraño que por ignorancia, perversión, o ausencia de proyecto político Bukele y su cofradía renieguen y blasfemen contra los Acuerdos de Paz; sin embargo, por más que vociferen no pueden cambiar la historia, nuestra tierra está sembrada del sacrificio de todo un pueblo, de mártires, de profetas como el Santo Romero y muchos líderes y lideresas que nunca claudicaron en pregonar con firmeza y esperanza la búsqueda permanente de cambios estructurales.

En aquel momento solo una firme y genuina estrategia de diálogo y negociación formó un oasis de esperanza al amparo de una férrea resistencia popular junto al FMLN; una correlación militar, política, social, de solidaridad y diplomática que abrió el espacio de coincidencia con amplios sectores democráticos distantes de participar en el conflicto armado pero con una agenda democrática de transformaciones. El espacio abierto que privilegia el entendimiento para superar los conflictos internos sigue siendo la ruta para buscar los cambios políticos, institucionales, sociales y económicos en un nuevo y complejo escenario nacional, regional e internacional.

El país en su conjunto, la comunidad internacional, Naciones Unidas, los cuatro países amigos del proceso de paz -Colombia, España, México y Venezuela, más EEUU- la prensa mundial y la solidaridad, fueron testigos de los Acuerdos de San José, Caracas, Nueva York y México, que permitieron avanzar a compromisos sustantivos en materia de: derechos humanos y formación de la PDDH, la Comisión de la Verdad para la investigación de graves crímenes, la depuración y reducción de la Fuerza Armada con una nueva doctrina; la disolución de los viejos cuerpos de seguridad y creación de la nueva PNC separada del estamento militar; la (inconclusa) reforma judicial, un nuevo sistema electoral, así como una irrestricta apertura política y de libertades de organización, expresión y movilización.

Callar las armas, desmovilizar las estructuras militares, abrir el espacio democrático no resolvía todos los problemas del país, pero aquel Acuerdo generaba un espacio, un contexto institucional, teniendo al diálogo como un método para enfrentar en la postguerra los retos que se veían venir, como: alcanzar la reconciliación, establecer la verdad con justicia y reparar a las víctimas del conflicto; desmontar las causas de la violencia social; profundizar la reforma judicial; consolidar los mecanismos de transparencia para desmontar las estructuras de corrupción, así como alcanzar acuerdos en materia económica y social. No obstante, la polarización política, la mezquindad de grupos oligárquicos que reiteradamente rechazaron la agenda económica y social bloquearon la continuidad del proceso de paz.

A casi tres décadas, nuevos retos nos obligan a ampliar el alcance de la agenda iniciada en Chapultepec. El país demanda un moderno y eficiente sistema de salud para enfrentar fenómenos virales, riesgos ocupacionales y las dolencias crónicas de la época; la resiliencia para superar la vulnerabilidad por los efectos del cambio climático; resolver las causas de la contaminación ambiental; asumir la escasez, cobertura y calidad del agua potable; impulsar una reforma educativa con mayor cobertura calidad y modernidad para insertarnos con ventaja en el mundo globalizado y un acuerdo económico y social capaz de potenciar el desarrollo de nuestras capacidades productivas para una vida digna.

La conmemoración social de los Acuerdos de Paz ha retomado el debate en la ruta del 30 aniversario, mientras, el desatino de Bukele desconociendo el proceso de paz es una afrenta a la comunidad internacional que contribuyó a pacificar la región, un desprecio al foro de Naciones Unidas y un reiterado desaire al Sistema de Integración Centroamericana. Por cierto, más allá del odio y aumento de la polarización que caracteriza a Bukele ¿cuál será el legado de su mandato?