Uno de los mayores errores que han enfrentado los gobernantes salvadoreños en la historia reciente ha sido rodearse de incondicionales aduladores que siempre le dicen que sí al mandatario y son incapaces de señalarle un error o advertirle de las consecuencias de una decisión. Algunos lo llaman “el comité de aplausos”.


La historia se ha repetido varias veces: gente bien intencionada se acerca a los gobernantes para decirles qué creen que va mal, qué funcionario no está haciendo las cosas bien o le advierte de amenazas inminentes a su gobierno o a la seguridad nacional incluso. La reacción fue la misma. No creerle porque su comité de de aplausos miraba con desdén al interlocutor bien intencionado.


“Algo quiere”, “Ese quiere ser presidente”, “A saber quién lo mandó”, “Es que no quiere a…” (el nombre del ministro que está fallando).


Incluso algunos de esos bien intencionados han sido funcionarios que han decidido hablar con independencia y decir lo que piensan. Después de decirle lo que en verdad piensan, algunos cayeron en desgracia ante su sinceridad. He conocido docenas de casos así en varios periodos presidenciales y les aseguro que ha sido difícil para los que llegaron bien intencionados. Afortunadamente esas personas hoy viven con la tranquilidad de su conciencia, mientras que algunos de los del comité de aplausos del pasado, están por allá encerraditos.


Es importante que el nuevo presidente de la República no se crea todo de su comité de aplausos y tampoco todos lo que se acerquen para adularlo. Por el contrario, haga que le digan la verdad. Es importante que mantenga viva su conciencia crítica -ese Pepe Grillo que todos llevamos dentro y nos advierte ante nuestra impulsividad- y sepa escuchar las críticas y advertencias por dolorosas y molestas que sean.