En El Salvador nos estamos enfrentando a algo que no conocemos del todo, el COVID-19. Sabemos que es un virus que afecta principalmente las vías respiratorias y algunas medidas de prevención que nos han informado las distintas instancias gubernamentales y medios de comunicación.

Debido a ello, una de las medidas más destacables es el distanciamiento social, mejor conocido como cuarentena domiciliar. Una cuarentena domiciliar es en palabras más sencillas, sumergirse en una burbuja de la que no podés salir, excepto en casos de suma importancia: conseguir provisiones para la familia o para uno mismo, ir al banco o chequeos médicos indispensables.

A penas llevo 7 días cumpliendo la cuarentena domiciliar que el gobierno nos ha propuesto a cumplir para evitar el contagio del COVID-19. Aclaro, en ningún momento es un ataque a las medidas, que en parte velan por la seguridad médica y económica del país, sino que es lo que a mi —y a algunos— nos agobia.

Tengo 24 años y dentro de ellos se esconden muchos ataques de ansiedad e incluso pánico. Muchas inseguridades, que la mayoría oculta por temor a ser juzgado.

Muchos miedos que claramente son producto de lo que he visto o escuchado. Y eso, estoy casi segura, que no sólo me pasa a mi. El Salvador registró su primer caso de coronavirus el 18 de marzo y desde unas semanas antes ya estábamos experimentando una ola de ataques a nuestro sistema nervioso. No, no fueron las medidas que se iban tomando, me refiero a la forma de informarnos: cómo se tomaban las decisiones, cómo esto nos podía afectar —que ya nos afecta—, que había que dejar de trabajar, etc. Detener la rutina que poco a
poco cada quien ha ido tomando.

Es bien fácil hablar de la superficie de las cosas, de lo que se ve, pero nadie habla de lo que está dentro. De cómo se vive bajo la presión de lo impuesto. De hecho, suelo ser de las personas que aman estar en casa y pagan por no salir pero todo eso es por convicción no por obligación. Y no es que no pueda seguir indicaciones, es que es complicado estar atados a algo solo porque nos da miedo, que debemos cumplir para no “sufrir” consecuencias. Más que una medida, de esa forma, se convierte en un castigo.

Estoy segura que muchos de quienes me leen se sentirán identificados. No es lo mismo convivir con tu pareja por unas horas al día que hacerlo 24/7, no es lo mismo ir de visita donde tus abuelos que lidiar con sus regaños diarios, no es lo mismo soportar a tu rommie solo antes de dormir que verlo todo el día en casa pero, estoy segura que tampoco es fácil estar completamente solo en una situación así. No es lo mismo levantarse diario para ir a trabajar y convivir con compañeros de trabajo que estar solo en momentos de crisis en los que la única persona que vela por tus problemas sos vos mismo.

¿Se dan cuenta? El encierro muchas veces nos provoca esto. Estar inconformes, ser apáticos, rechazar el calor familiar, tener mal humor, entre otros. Hablamos y hablamos de lo que está afuera, de lo que se vive en otros países. Amamos estar saciados —incluso llenos— de información real o falsa que nos inyectan las redes sociales. Nos encanta vivir conectados para “comunicarnos” con otros. Todo se
convierte en una contradicción.

Ahora más que nunca muchos extrañamos un abrazo de un amigo, el café con los compañeros de trabajo, la hora del almuerzo con el novio, el gimnasio para cuidarse o dejar el estrés, la terapia con el psicólogo, la reunión de la iglesia, los jueves de amigos, los viernes de cine, los sábados de playa y domingos en casa de los abuelos. Extrañamos eso, los momentos.

Sí, el coronavirus nos ha puesto una barrera de todo eso pero ¿qué de bueno le podemos sacar? Los cursos en línea, practicar el idioma que querés, compartir con tu hermano, platicar con tu mamá, conocer al vecino, llamar al que está lejos. Lo más importante, ponerle pausa al ruido y estar con uno mismo.

Es una de las técnicas que he estado tratando de implementar para sobrellevar la ansiedad que me provoca estar trabajando desde un lugar donde no es adecuado, ahora se imaginan a todos aquellos que no tienen las condiciones o posibilidades de hacerlo desde casa. A todos aquellos quienes van a trabajar para el sustento diario.

En esta crisis lo que les puedo pedir, compatriotas, es que seamos solidarios. Que tratemos de comprender que cada quien enfrenta a su manera las crisis. Que no todos podemos ser positivos, que hay otros que están enfermos, que para la niñez es más complicado. Apoyemos al otro. Desde nuestras posibilidades. Prestemos atención a las necesidades de quienes queremos y tenemos cerca y no minimicemos la salud mental.