El temor es un componente básico, esencial e innato de la psiquis humana que, en etapas superiores del desarrollo de la personalidad, nos vuelve precavidos ante cualquier situación, interna o externa, que podría representar un peligro potencial o inminente para nuestra propia integridad vital. Por tanto, tener temor es una condición normal y hasta importante para la conservación de nuestra existencia o salud, hasta extenderse, incluso, hasta la preservación de otros bienes externos, como la propiedad inmueble, patrimonio económico, estabilidad laboral, unidad familiar, etcétera.

En un principio, la psicología clásica, cuyos orígenes se remontan a la Grecia Antigua, al temor se le consideraba como “una emoción propia de todo ser vivo” y su estudio posterior en recién nacidos, hizo que al final se le clasificara como un miedo racional y perfectamente normal ante cualquier situación de riesgo, como en el caso de las epidemias que, desde tiempos inmemoriales, han aparecido y lo seguirán haciendo en el futuro, ante cuya virulencia y mortalidad, han producido tragedias lamentables que ahora la ciencia epidemiológica, trata de encontrar con rapidez y técnicas confiables, tanto medios preventivos como curativos, para evitar que las mismas produzcan efectos catastróficos hasta el punto de colocar, en máximos riesgos, la supervivencia humana sobre la faz del planeta.

El problema crucial de las epidemias nuevas, es que, por su pronta aparición y propagación, no siempre se tiene a disposición de la profesión médica, un arsenal de vacunas o de medicamentos apropiados para hacerles frente de inmediato con efectividad y eficacia, pues al no contarse con suficientes recursos en un primer momento, ni mucho menos, existan los medios suficientes para producirlos con la celeridad que el mal exige, para que los médicos puedan aplicárselos a quienes resulten contagiados. Pese a ello, sigue siendo válida la medida preventiva de la medicina hipocrática, de aislar a los contagiados, colocándolos en sitios donde los virus culpables de tales males, no puedan traspasarse con facilidad a personas del entorno familiar o domiciliar. Cuando cursamos la asignatura referida a la Historia de la Medicina, nos asombramos, por ejemplo, cómo la epidemia de la fiebre bubónica (cuyo agente vector son los roedores, que tanto abundan en ciertos hogares y lugares comerciales), provocó migraciones de gentes horrorizadas desde las ciudades hacia lugares desolados de la campiña, pero que, sin tomar precauciones, solo sirvieron para aumentar por miles las víctimas en la Europa medioeval.

Y aquí nos detendremos para abordar, brevemente, el tema de esta columna. Lo que ha dispuesto el gabinete de salud, fuera de su resonante propaganda de haber sido prioritarios en el mundo de tomar esas condiciones, nos parecen, en principio acertadas. Y digo en principio, porque leyendo informes oficiales de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, así como por las noticias de nuestros periodistas, vemos que la prontitud no siempre es razonable tomarla a la ligera. Hay demasiadas quejas que en los albergues de cuarentena, para el caso, hay deficiencias enormes que, en vez de ayudar a crear y mantener un estado mental y físico aceptables entre los afectados con la medida (no con el virus), ha devenido en acrecentar el sufrimiento psicofísico de los asilados en tales lugares, con hacinamiento riesgoso, falta de limpieza estructural, ausencia de baños suficientes, alimentos deficientes, pero resalta, de manera asombrosa, que se descuiden a pacientes con otras enfermedades graves que no reciben el tratamiento necesario, carencia de exámenes de laboratorio para detectar si son o no portadores del COVID 19, en fin, una serie enorme de aspectos deficitarios que solo agravan las penurias que un aislamiento obligatorio conlleva y que, en vez de ser aplaudido, mejor se critica y rechaza con justa razón.

Asimismo, ha faltado una campaña bien elaborada, con mensajes alentadores y tranquilizadores, para que la población no entre en pánico, o sea un temor enfermizo, que pudiera provocar migraciones histéricas, sin sentido razonable, o se recurra a remedios caseros, o compuestos supersticiosos, que no sirven para encarar debida y científicamente el arribo de esta nueva epidemia. Una más, amigos, en el escenario de la humanidad. Paz para todos.