Hace exactamente un año, esporádicos casos de una neumonía atípica comenzaron a identificarse en Wuhan, China. Lo que la comunidad científica venía anunciando y temiendo desde un tiempo atrás, se volvía realidad, una epidemia de magnitud mundial se nos encimaba. Este mes después de un año de estar padeciendo miedos y encierros, es bueno que volvamos la vista atrás y reflexionemos sobre lo que hemos aprendido, del virus y de nosotros.

Muy a pesar de los mensajes y actitudes divisorias de nuestros políticos, tanto a nivel mundial como nacional, la comunidad científica tuvo la valentía de formar un frente común ante la amenaza misma de nuestra supervivencia como especie. Esa solidaridad y responsabilidad mostrada por académicos y científicos nos acerca, cada día más, a la resolución de este importante problema. No fue la respuesta de gobiernos incapaces, liderados por personal sanitario sin la más mínima experiencia ni formación académica en salud pública, que se limitaron a encerrarnos como animales, lo que nos está sacando de este problema, es nuestro personal de salud de primera línea, son nuestros científicos, a quienes tenemos que agradecer nuestra vida y la de nuestras familias, y que finalmente estemos superando esta seria crisis sanitaria.

La ansiada solución a la pandemia comenzó con la identificación del genoma del virus por científicos chinos, y su consecuente diseminación a científicos de otros países. Sin esta rápida respuesta y transparencia necesaria, no hubiésemos obtenido en tiempo récord una vacuna aprobada por varias agencias reguladoras como la FDA y otras. Al momento de escribir estas líneas, el Reino Unido ha comenzado la vacunación de su población a riesgo con la vacuna producida por Pfizer, Canadá está comenzando en dos días, México y Estados Unidos se aprestan a comenzar en una semana, y probablemente Costa Rica, comience la primera o segunda semana de enero con la vacunación de su población y así convertirse en el primer país de Centroamérica.

El esfuerzo de esta nuestra comunidad científica, ha sido tan descomunal, que más de 45 mil reportes científicos han sido producidos durante estos 12 meses de pandemia, y los más importante que todas las revistas científicas se unieron para permitir el acceso gratis a estas publicaciones.

A través de esos reportes científicos, rápidamente aprendimos que la enfermedad no nos ataca a todos de la misma manera. Que hay poblaciones de bajo y alto riesgo a padecerla en diferente magnitud de gravedad. Así, sabemos que la mayoría de los fallecimientos se da en personas mayores de 60 años, y aquellas poblaciones con padecimientos crónicos como obesidad, hipertensión y diabetes. Aprendimos también, que la enfermedad se transmite por gotas de saliva, y por ende sus medidas de protección son similares a las que previamente utilizábamos para protegernos de la influenza, como uso de mascarillas, distanciamiento físico, y lavado de manos.

La comunidad médica, también aprendió que solo unos pocos medicamentos eran realmente efectivos para prevenir la muerte por este virus, y que la dosis y el tiempo para aplicar estos medicamentos también era importante. Así, recientemente se sabe que los anticuerpos monoclonales, que es un tipo de inmunización pasiva, son importantes al inicio de la infección, pero peligrosos en estadio avanzado de la enfermedad; que la dexametasona previene la muerte si es aplicada en el estadio avanzado pero peligrosa en etapa temprana.

El manejo médico del covid-19 ha evolucionado y su mejoría ahora mantiene las tasas de letalidad durante la segunda ola, más bajas que las experimentadas durante la primera. Hemos aprendido, como los medios de comunicación (prensa-radiodifusión-televisión), ante la falta de información y transparencia gubernamental, toman con valentía la responsabilidad de informar a la población sobre los riesgos y comportamientos protectores hacia esta enfermedad. Aun y a pesar, de las constantes amenazas y presiones de un establecimiento, que por unos votos más, desinforma, confunde y engaña. Hemos aprendido, que la salud es un bien común, que necesita y exige un compromiso de todos y cada uno de nosotros, para mantenerla. Que de mi comportamiento como individuo depende la salud de mi familia, comunidad y país. Finalmente, hemos aprendido que nuestra sobrevivencia y de futuras generaciones, depende de la salud de nuestro planeta.