La naturaleza es la primera línea de defensa contra los crecientes impactos del cambio climático. Nuestros bosques incluyendo el bosque cafetalero, almacenan y regulan el agua, el cual constituye un servicio ambiental que adquiere más importancia a medida que la lluvia se vuelve más impredecible. Nuestros humedales absorben inundaciones potencialmente mortales y aseguran suministro de agua para muchos agricultores y varias ciudades en tiempos de sequía. Nuestros manglares, además de proveer alimento, controlan tormentas que pudiesen destruir comunidades costeras.

Estos ecosistemas vitales y muchos otros como los arrecifes, sostienen a millones de personas al proporcionar alimentos y combustible, mejoran los medios de vida de las comunidades vecinas y contribuyen a la lucha contra el cambio climático mediante la captura de dióxido de carbono. Un entorno natural saludable es por lo tanto, la piedra angular para construir resiliencia en todos los sectores de nuestra economía. Un entorno natural en buen estado también es fundamental para la “adaptación” lo cual significa invertir en iniciativas y medidas de ajuste con el objetivo de reducir la vulnerabilidad de la naturaleza y de la infraestructura creada por el hombre, ante los embates del cambio climático.

Sin embargo, la degradación excesiva del territorio salvadoreño contribuye a maximizar nuestra vulnerabilidad: cuencas, bosques y suelos severamente dañados, áreas naturales desprotegidas y especies en peligro de extinción, recurso hídrico disminuido y contaminado, además de construcciones en sitios inapropiados. Todavía estamos a tiempo para proteger y trabajar “con y por la naturaleza” para construir resiliencia y reducir riesgos climáticos, pero esta ventana se está cerrando por la continua degradación de los recursos naturales.

Una solución para enfrentar el cambio climático es precisamente conservar ecosistemas “relativamente saludables” por medio del fortalecimiento y el manejo efectivo de las áreas naturales. En nuestro País estas se aglutinan bajo el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SANP), pero como ya sabemos no cuentan con la inversión ni la protección debida. En ese sentido, nuestro patrimonio natural está seriamente amenazado debido a la falta de convicción política, el incumplimiento de la legislación, la falta de inversión y protección adecuada, la contaminación y la degradación general del hábitat incluyendo los incendios. Encima, el cambio climático ya está teniendo un impacto significativo en nuestras áreas naturales y biodiversidad, además de estar afectando los medios de vida de las personas.

Ahora, para que las áreas naturales puedan seguir cumpliendo con los objetivos de conservación para las cuales fueron creadas, es necesario fortalecer su capacidad de recuperación para que puedan adaptarse. En la mayoría de los casos, particularmente en ecosistemas sensibles como las zonas costeras y montañosas, esto significa que tendrán que darse algunas medidas diferentes de planificación y gestión, incluyendo la creación de corredores biológicos para unir algunas de estas áreas naturales. De igual forma la restauración de la mayoría de nuestras áreas protegidas es algo indispensable, así como la expansión del tamaño de las mismas. Por ejemplo, restaurar bosques en las partes altas de las cuencas puede ahorrar servicios de provisión de agua por varios millones de dólares cada año y resulta también crítico para regular los flujos de agua y gestionar inundaciones extremas que se darán en el futuro. Tenemos que pensar hasta en crear y fortalecer áreas naturales junto a países vecinos. En última instancia, las áreas protegidas con mayor resiliencia podrán lograr sus objetivos de conservación al mismo tiempo que ayudarán a las comunidades que viven dentro y alrededor de ellas, a adaptarse de manera más efectiva ante los impactos del cambio climático.

La protección y restauración a gran escala de la naturaleza salvadoreña requerirá valorar adecuadamente nuestros activos naturales de cara a los compromisos mundiales como el Convenio de Diversidad Biológica de Naciones Unidas y la Alianza Mundial para los Manglares, por ejemplo, que busca aumentar el hábitat del manglar en un 20% para el año 2030. Si el Gobierno es hábil y estratégico, se pueden acceder abundantes recursos públicos y privados (de fuentes locales y principalmente internacionales), así como la asistencia técnica para promover la adaptación basada en la naturaleza. La creación de una visión común para la gestión de paisajes resilientes al clima puede ayudar a posicionar a El Salvador con la temática, y así facilitar el camino para la obtención de recursos técnicos y monetarios que verdaderamente hagan la diferencia. El momento es ahora.