Este es un año muy difícil para toda la humanidad, que demuestra una vez más la fragilidad de la vida y la vulnerabilidad del mundo contemporáneo ante una pandemia global como la del COVID-19. Muchos eventos internacionales importantes tuvieron que cancelarse, incluyendo la celebración a gran escala del 75º aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria en Moscú el 9 de mayo.

Las dificultades actuales no son comparables con las que han experimentado muchas naciones y pueblos en el siglo XX. En primer lugar, me refiero al destino de mi país, que tuvo que pasar por varias guerras en el siglo pasado, dos de las cuales fueron las guerras mundiales.

La increíble fortaleza y abnegación en aras de la libertad y la defensa de la Patria, la firmeza del carácter de sus ciudadanos permitió a Rusia no solo sobrevivir en las guerras más sangrientas de la historia de la humanidad, sino también resurgir renovada para defender el orden mundial, apoyándose en el multilateralismo, el derecho internacional y el papel central coordinador de las Naciones Unidas.

Nuestro país ha salvado repetidamente a la civilización europea, primero frenando el avance tártaro-mongol al interior de Europa (siglos XIII-XV), luego de las ambiciones imperiales de N. Bonaparte (siglo XIX) y de A. Hitler (siglo XX). Conoce de primera mano el precio de la vida humana y la importancia de aprender las lecciones del pasado para que los conflictos militares a gran escala nunca se repitan en el futuro.

Es aún más lamentable y doloroso ver en el año del 75º aniversario de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial, de la cual la Gran Guerra Patria fue parte decisiva, los desvergonzados intentos de ocultar la verdad histórica, de disminuir el papel de la Unión Soviética y la hazaña de sus pueblos, que sacrificaron 27 millones de vidas humanas en el altar de la Victoria, de las cuales las pérdidas militares contaban menos de la mitad, así como asignar la responsabilidad de desencadenar esta terrible tragedia a la URSS.

Es evidente la injusticia histórica y la distorsión de los resultados de la Segunda Guerra Mundial en el material de la Casa Blanca de Estados Unidos, publicado en las redes sociales, en el cual la Victoria sobre la Alemania de Hitler se atribuye exclusivamente a “América y Gran Bretaña”. Cada vez con más frecuencia en la versión moderna promovida por los falsos historiadores no se menciona el Ejército Rojo cuando se trata de la liberación de los prisioneros del campo de concentración Auschwitz o de la victoriosa toma de Berlín por las tropas soviéticas. Para mi gran pesar, tales intentos de desinformación o distorsión deliberada de los hechos no son únicos. Deben ser refutados públicamente de inmediato.

Como Embajador de Rusia en Guatemala considero que es mi deber profesional compartir con los lectores los hechos poco conocidos, especialmente en Latinoamérica, de la última guerra mundial, que se basan exclusivamente en los acontecimientos reales y documentados del pasado. Confío en que sin su comprensión objetiva e imparcial no es posible tener una visión viable de los principios del orden mundial moderno, así como de las propuestas para reformar la arquitectura global contemporánea.

Es ampliamente conocido que las causas de la Segunda Guerra Mundial se esconden en las ruinas dejadas en el continente europeo después de la Primera Guerra Mundial. Estos dos conflictos militares son inseparables entre sí y es importante destacar que Hitler llegó al poder democráticamente sobre la ola del populismo, fuertemente apoyado por el pueblo alemán en el marco de la insoportable opresión impuesta por los humillantes términos del Tratado de Versalles. En su esencia, este documento fue solo una tregua temporal que duró 20 años.

Exactamente la falta de voluntad de los líderes europeos para dar una respuesta decisiva a las insolentes reivindicaciones territoriales de la Alemania de Hitler los llevó a favorecer en silencio el comienzo de la realización práctica de los planes de superioridad racial de Hitler en el Viejo Mundo. La conferencia de Munich del 29 de septiembre de 1938 y el acuerdo firmado al día siguiente por los líderes de Gran Bretaña, Francia, la Alemania nazi y la Italia fascista (a propósito, Stalin nunca se reunió con Hitler) se convirtieron en el preludio de la Segunda Guerra Mundial, impidiendo la formación de una coalición unida anti-Hitler en esa etapa. Los estados occidentales no aprovecharon la oportunidad de frenar al agresor debido a la subestimación estratégica de la amenaza del creciente nazismo alemán y el fascismo italiano. También trataron de debilitar y destruir al joven Estado soviético que amenazaba el orden colonial mundial de aquella época.

Europa no apoyó la idea de seguridad colectiva promovida por la Unión Soviética que de facto en aquel momento se quedó en el aislamiento internacional. El mensaje de Churchill a los líderes europeos de ese tiempo resultó ser profético: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. Como resultado la maquinaria bélica nazi-fascista marchó victoriosa a través de Europa con la rapidez de un rayo: Polonia (33 días) y Francia (44 días) fueron los países que más tiempo resistieron.

El 22 de junio de 1941 la Alemania fascista sin declarar la guerra atacó a la Unión Soviética con tres grupos de ejércitos poderosos. Comenzó el periodo grabado en los documentos oficiales y en la memoria nacional de nuestro país como la Gran Guerra Patria, de la que se sabe poco en Occidente. Duró casi cuatro años –hasta el 9 de mayo de 1945, cuando en el suburbio de Berlín Karlshorst se firmó un acto de capitulación incondicional de la Alemania nazi.

El plan “Barbarroja” preveía una victoria relámpago sobre la URSS, casi igual a la que los alemanes habían logrado sobre los países europeos. Sin embargo, según los recuerdos de los soldados y oficiales del ejército nazi, solamente al estar en el Frente Oriental, se dieron cuenta de que la verdadera guerra acababa de empezar. El error de cálculo de los estrategas del Tercer Reich consistía en que siendo cegados por el orgullo y el sentido de su propia superioridad racial no tomaron en cuenta el carácter específico del pueblo multinacional de la Unión Soviética capaz de heroísmo y sacrificio por el bien de la Patria, sus parientes y amigos. Así por ejemplo después de la invasión alemana, en la retaguardia de las divisiones nazis que avanzaron al interior del país, la Fortaleza de Brest siguió luchando durante casi un mes hasta el último soldado; la guarnición de la ciudad fronteriza de Peremyshl, frenando el ataque de los invasores, liquidó a 4 mil soldados y oficiales del enemigo, y luego pasó a la contraofensiva.

Cuando se habla de la guerra en el Norte, recuerdan siempre a los heroicos convoyes navales, el bloqueo de 872 días de Leningrado (ahora San Petersburgo). Pero poca gente sabe que los hitlerianos tuvieron la meta de ocupar a la mayor brevedad posible el principal puerto soviético de Murmansk que no se congela en invierno. En tres años los alemanes nunca lograron cruzar la frontera soviética en la cordillera de Musta-Tunturi.

En el sur de nuestro país la Flota del Mar Negro rechazó con éxito las primeras ofensivas alemanas y después los destructores soviéticos atacaron Constanza, la base principal de la flota rumana aliada de la Alemania nazi. También hubo una contraofensiva en Yelnia, una incursión de aviones soviéticos sobre Berlín y la lucha en el río Danubio. El enemigo recibió una serie de golpes muy sensibles. Estos éxitos mostraron claramente la capacidad del soldado soviético para luchar en igualdad con el mejor y experimentado ejército del mundo, predeterminando el resultado de la guerra. Por eso ya en junio de 1941 Estados Unidos y Gran Bretaña expresaron su apoyo a la Unión Soviética y comenzaron a elaborar acuerdos de cooperación militar y económica. La coalición anti-Hitler comenzó a forjarse.

Todos saben que la ofensiva del grupo del ejército alemán “Centro” contra Moscú fue detenida en diciembre de 1941. De esa manera fracasó el plan de Hitler de una guerra relámpago “Blitzkrieg”. Después de la heroica defensa de Stalingrado en noviembre de 1942, el Ejército Rojo lanzó una contraofensiva, rodeando a 300 mil soldados y oficiales alemanes, rumanos, italianos y húngaros bajo el mando del mariscal de campo F. Paulus. En el verano de 1943 el comando alemán hizo el último intento de interceptar la iniciativa cerca de la ciudad de Kursk, habiendo comenzado la mayor batalla de tanques en toda la historia mundial. Después de un mes y medio de feroces e infructuosas batallas los alemanes descartaron las operaciones ofensivas en el territorio soviético.

Finlandia, Rumania, Bulgaria e Italia, que lucharon del lado de Alemania, salieron de la guerra una tras otra. El 6 de junio de 1944 los aliados de la URSS, EE. UU. y Gran Bretaña, abrieron el segundo frente en Europa. El desembarco de Normandía, apoyado por una ofensiva soviética a gran escala en el Este, fue la mayor operación anfibia de la Segunda Guerra Mundial. El 25 de abril de 1945 las fuerzas aliadas se reunieron con las unidades soviéticas en las orillas del río Elba. En mayo, el Ejército Rojo tomó Berlín por asalto y, en la noche del 8 al 9 de mayo de 1945, la Alemania nazi firmó un acto de capitulación incondicional.

Desafortunadamente, las ideas del fascismo, el nacionalismo extremo y la superioridad de una raza sobre otra resultaron ser tan persistentes que empezaron a extenderse rápidamente de nuevo. Hoy en día el neofascismo levanta la cabeza resueltamente en los países bálticos y en Ucrania, hay una ola de glorificación de los cómplices de Hitler, que actuaron como los más brutales e inhumanos verdugos (Bandera, Vlásov), y los veteranos de la Segunda Guerra Mundial son perseguidos y humillados deliberadamente ante los ojos de la joven generación.

Una fama triste tiene la campaña para desmantelar el monumento al Guerrero-Liberador soviético en la ciudad estonia de Tallin y el monumento al Mariscal I. Konev en la ciudad checa de Praga, gracias a quien esta capital no fue borrada de la faz de la tierra y conservó su aspecto histórico. En Polonia se demolieron más de 420 monumentos soviéticos, a pesar de que durante las batallas por la liberación del territorio polaco murieron unos 600 mil soldados del Ejército Rojo. Cabe recordar que fue Polonia la que participó en la alianza de 1938 con la Alemania nazi para atacar inicialmente y fragmentar posteriormente la pacífica Checoslovaquia.

En este contexto merece un respeto especial la actitud cuidadosa de la Alemania moderna y varios otros países de Europa Occidental a las numerosas fosas comunes de los soldados soviéticos en su territorio.

En Rusia entendemos muy bien en qué pueden desembocar todas las tendencias destructivas mencionadas. No queremos dividir en partes la Gran Victoria entre los países participantes en la coalición anti-Hitler, y apreciamos mucho la contribución de cada nación y pueblo que lucharon contra la “peste marrón”. En el marco de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Rusia promueve incansablemente la Resolución para combatir la glorificación del nazismo, contra la cual Estados Unidos y Ucrania han votado durante varios años consecutivos.

En este año conmemorativo seguramente celebraremos un desfile de la Victoria a gran escala el 24 de junio, rindiendo homenaje agradecido a la memoria de todos los caídos y sobrevivientes de la Gran Guerra Patria. Estoy absolutamente seguro de que conocer la verdad histórica y honrar la memoria sobre esa terrible guerra es necesario no para los muertos, sino para nosotros, quienes vivimos ahora, y para aquellos que vendrán después de nosotros, en aras de un futuro pacífico y próspero.