A partir de las dos últimas elecciones, se ha escuchado a menudo a políticos, desde el actual presidente, hasta las conversaciones de bar las declaraciones de la muerte del bipartidismo; no hay duda en tal predicción hay mucho, consciente o inconsciente, de interés personal y no pasa de ser un juicio emocional, lo que en inglés se llama “wishful thinking”, es decir: “pensando con el deseo y no con la cabeza”.

Lo que realísticamente debemos reconocer, y se convierte en nuestro primer punto de partida, es el hecho de que el sistema partidario y especialmente las dos expresiones dominantes de los últimos 30 años, padecen de una grave crisis de legitimidad, y esto se ha expresado claramente en el contundente rechazo que la ciudadanía expresó en las dos últimas elecciones. Lo que está ya evidenciado es la crisis de legitimidad de los partidos. Pero una crisis es un proceso que tiene dos salidas en la vida, una la muerte y la otra la salud; en política esto se repite, porque así como la crisis de salud suelen empujar al quirófano a una operación que lo puede matar, o curarlo… o dejarlo medio muerto, lo mismo en política; ante la crisis surge la necesidad de corregir lo que el partido ha hecho mal, pero en la búsqueda de una salida a la crisis puede terminar en su desaparición o en el restablecimiento de su legitimidad… o en continuar viviendo en estado catatónico. En otras palabras, lo que estoy señalando es que proclamar la muerte de los dos partidos dominantes es aún prematuro.

Pretender que el FMLN esté muerto, no encaja con la realidad de más de 25,000 ciudadanos que acaban de concurrir a sus elecciones internas, es decir, un porcentaje de participación más alto que en las elecciones para presidente de la república, y al que creo el partido de gobierno, Gana, no podrá aspirar cuando celebre elecciones internas; por otra parte, es el hecho de que a pesar de los serios conflictos internos del partido Arena éste aún presenta una consistencia nacional y finalmente el otro dato es que Arena y FMLN siguen siendo las fuerzas dominantes en el Legislativo.

El segundo punto de partida es que el bipartidismo ha sido la forma dominante de gobernanza política en nuestro país desde la década de los 60s, cuando se legalizó la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, es decir, ya se acerca a los 70 años de vida. Sin embargo, y precisamente a consecuencia de esa reforma, el bipartidismo nuestro ha sido funcionalmente tripartidista, pues un tercer partido ha sido necesario para la gobernanza legislativa (lograr mayoría de votos) y la solución del problema no fue políticamente democrática, sino patrimonialista: el partido de gobierno no lograba un acuerdo de legislación sino que compraba los votos del tercer partido; hemos hecho política por más de medio siglo bajo un esquema de hegemonía de una variable pareja de partidos políticos (PCN-PDC, PDC-Arena, Arena-FMLN, FMLN-Arena) en la que se han ido alternando el partido de gobierno (dominante) y el principal de oposición en periodos variables y siempre con un tercer partido que “daba” sus votos para lograr la mayoría legislativa.

Este esquema se ha estado destruyendo en la última década, primero porque el tercer partido se duplicó con el aparecimiento de Gana, luego el partido de gobierno perdió la hegemonía en la Asamblea Legislativa y finalmente cuando ninguno de los dos ha logrado la presidencia de la República y hoy nos abocamos a un periodo de más o menos dos años en los que el partido de gobierno, Gana o Nuevas Ideas, o no tiene presencia en la Asamblea o es claramente minoritario, este panorama político es inédito en nuestro país.

Un tercer punto de partida para entender la crisis de legitimidad del sistema partidario y que más claramente se expresa en sus dos expresiones dominantes, es consecuencia de los dos factores anteriores: la corrupción de la vida política, el patrimonialismo instalado en el centro de nuestro quehacer político, el abandono de los principios que deben orientar la acción partidaria y su sustitución por las soluciones de conveniencia y el predominio de los intereses partidarios y personales de las conducciones de ellos.

En el pasado hemos tenido dos formas para proceder a las sustituciones en el binomio dominante partidista, durante los militares fue el golpe de estado, así pereció el PRUD en 1960, y el PCN fue destronado en 1979, en ambos casos su sostén estructural era la Fuerza Armada; las cosas cambiaron con la guerra, pues a partir de los 80s, las sustituciones del binomio se produjeron por la vía electoral en el caso de PDC-Arena primero, con los acuerdos de paz fue luego fue con una elección que el FMLN sustituyó al PDC en el papel de la oposición y finalmente logró el predominio sobre Arena electoralmente; hoy, como ya se señaló, estamos ante una situación nueva en la medida que el poder ejecutivo no tiene control sobre ninguna de las fuerzas que dominan el legislativo, pero el instrumento para los cambios ha sido la arena electoral.

¿Qué caminos se nos abren ante esta nueva correlación de fuerzas en medio de una crisis política? Es lo que trataremos de dilucidar en una nueva entrega.