Pero a la hora de las horas, cuando el digno juez de San Francisco Gotera ‒don Jorge Guzmán‒ intentó una, otra, otra y otra vez ingresar a determinadas instalaciones militares para inspeccionar los “archivos de la muerte”, el comandante general de la Fuerza Armada de El Salvador se desdijo como acostumbra. Nayib Bukele, por medio de sumisos subalternos, desconoció una resolución judicial y no permitió que el funcionario cumpliera su cometido. El parloteo y la agitación de manos a la hora de “explicar” su decisión, no interesa ahora. Lo que vale la pena desentrañar es el particular abecedario presidencial que guía el maltrato hacia las víctimas y su compromiso absoluto con los militares.
Veamos. “A” de arbitraria y aberrante afrenta; “b” de bárbara burla; “c” de complacencia crasa con los perpetradores; “d” de descarada desvergüenza; “e” de envilecimiento evidente; “f” de falacias propias de fuleros… ¿terminamos? ¡No! Hay que llegar hasta la zeta. Sigamos…
“G” de garantías de repetición; “h” de hipocresía hiriente; “i” de impunidad, obviamente fortalecida en favor de los victimarios, e injusticia para sus víctimas; “j” de juramentos y promesas sin cumplir; “k” de kilométricas peroratas para tratar de justificar lo injustificable; “l” de laceración de las esperanzas de quienes sufrieron y sufren por la barbarie ocurrida; “m” de menosprecio de la memoria; “n” de negacionismo imperdonable; “o” de oprobiosa apuesta oficial; “p” de perpetuación de la infamia; “q” de quebrantar compromisos anunciados; “r” de recurrente respaldo a criminales; “s” de similar a “los mismos de siempre”; “t” de terrible ofensa para quienes luchan por esclarecer horrendos hechos; “u” de urgencia por pasar esa página, sin leerla ni aprender de sus lecciones; “v” de verdad despreciada y escondida; “w” de washingtoniana supeditación; “x” de xocoatole dado con el dedo; “y” de ¡ya no jodan, se acabó!; y “z” de zancadilla a la justicia legítimamente reclamada.
Bukele, congruente con ese su muy particular alfabeto en esta materia, no admitió que el juez Guzmán inspeccionara determinadas guarniciones en las cuales considera podría existir información pertinente para el esclarecimiento de los hechos criminales que investiga. La negativa fue rotunda en las puertas de los cuarteles, adonde eran los militares quienes “interpretaban” la ley frente al encargado de aplicarla dentro de su tribunal. Cuánta razón tuvo James Arthur Baldwin al expresar su certeza de que “en cualquier caso, […] la ignorancia aliada con el poder es el enemigo más feroz que la justicia puede tener”.
La eternamente alegada “seguridad nacional”, ha sido parte de la narrativa de Bukele para desacatar el mandato judicial; ahora, durante su más reciente conferencia de prensa, agregó otros ingredientes entendibles al conocer su silabario. “El tema de El Mozote” se lo van a seguir preguntando ‒sostuvo‒ “como a manera de desgaste como lo ha estado haciendo el juez”, quien “todos los días tiene un tour de un cuartel nuevo”; “es puro show”, aseguró. Y añadió “sentirse ofendido” porque siempre pensó “que la lucha por las víctimas”… Ya no supimos qué pensaba acerca de esta, porque se perdió con otras de sus acusaciones en cascada propias de sus perotatas. Pero más adelante retomó lo del “show”, agregándole que todo era “una farsa”.
La Asociación Promotora de Derechos Humanos de El Mozote respondió con un comunicado, en el cual lamentaron “la actitud de continuar y justificar el bloqueo sistemático a las inspecciones de los archivos militares históricos”. “Nos apena ‒afirmó la organización‒ que se haya refutado la capacidad legal que tiene el juez para llevar a cabo dichos procedimientos, atribuyéndole además que tiene intereses políticos partidarios [sic] y que es un show, cuando sabemos que se trata de investigar y esclarecer un crimen de lesa humanidad”.
Esas declaraciones provienen de un abecedario que, en la práctica, es del todo contrapuesto al del “presidente milenial”. Se trata de uno ´dentro del cual no destacan ni la letra “a” ni la “f” ni la “z”. Sus letras más importantes son la “c”, la “d”, la “h” y la v”. Se trata de la centralidad de la dignidad humana de las víctimas, despreciada por todos los presidentes de la larga posguerra salvadoreña.