De suma importancia en el ejercicio político de un gobierno es su capacidad de comunicarse, compartir intereses, efectuar alianzas coyunturales o permanentes, asocios de mutuo beneficio y mantener otras relaciones de diversa naturaleza, con el mundo exterior, lo cual se logra con el uso del recurso del Estado: la gestión diplomática. Esta última ha dejado de ser un arte, como se le consideraba en la Corte de los Luises en Francia, para convertirse, en la actualidad, en una profesión que requiere de conocimientos técnicos de las relaciones internacionales, el intercambio comercial, integración política de los estados, elaboración y negociación de convenios y tratados, cooperación técnica entre otros.

En el pasado la práctica corriente en El Salvador, con honrosas excepciones, fue la de ver al servicio exterior como un dorado exilio al que se enviaba a políticos que les resultaban incómodos a los gobiernos de turno; para colocar a amistades o cumplir con compromisos políticos. La diplomacia, se llegó a considerar, como sarcasmo extremo, la práctica de sonar hielos en los tragos servidos en las recepciones de las embajadas. Nada más alejado de la realidad.

El desafío para la nueva Cancillería es el de dar un nuevo, funcional y eficiente giro a la política exterior y para lograrlo es preciso, en primer lugar, evaluar la idoneidad profesional y la utilidad real del desempeño del personal en ejercicio; luego comenzar a identificar a los potenciales sustitutos de aquellos que no alcancen los parámetros que requieren las plazas; decidir sobre la prioridad que merece mantener una sede diplomática en cada uno de los países dónde El Salvador tiene representación. Esto no sólo por razones de interés nacional, sino también por el óptimo uso de recursos económicos para su mantenimiento. Preguntarse, por ejemplo, si la embajada en Moscú es tanto o más importante que la de Washington DC o cuán necesaria resulta nuestra sede en La Habana; si se prioriza a China Continental o a China Taiwán. Reconocer la importancia de mantener y reforzar lazos de cooperación con países como Israel, Alemania y otros estados de la Unión Europea, la región centroamericana y países del Caribe y Suramérica, etc.

Para comenzar se debe atender a los más apremiantes problemas que a nivel internacional enfrenta el país: la migración de salvadoreños, no sólo a EE.UU. sino también a Europa y América Latina; asuntos limítrofes; fomento de inversiones, mediante la garantía de seguridad jurídica para los capitales nacionales y extranjeros; defensa de las inversiones salvadoreñas en el extranjero;

Para llevar a cabo estas y otras empresas, la nueva cancillería podrá echar mano del importante vivero que constituye la Escuela de Relaciones Internacionales de donde se pueden escoger a los más destacados alumnos para cubrir, inicialmente, plazas de segundo orden mientras adquieren la experiencia necesaria para ser ascendidos a cargos de mayor responsabilidad que, actualmente, desempeñan elementos no calificados. Cada nombramiento debe adjudicarse a personas que, por lo menos, dominen en alguna medida el idioma del país donde van a representar al nuestro. Desligarse del pasado implica introducir nuevos elementos de juego profesional, por lo que resulta inexcusable asignar a personas capaces a estas plazas que, no por estar en un segundo plano, son menos importantes a la hora de complementar las gestiones de alto nivel con sus propios conocimientos y habilidades.

En el proceso de reestructuración del servicio exterior es preciso tener en cuenta que no por pequeño, El Salvador venga a menos en los foros internacionales en los que puede poner a prueba su capacidad negociadora con otros estados en condiciones igualitarias cuando no, ventajosas. Pero no cualquiera podrá desempeñar un papel, ni siquiera modesto, si carece de las herramientas y facultades para ejercerlo.

Los nuevos integrantes del servicio exterior deben estar conscientes de que el mundo ha cambiado de manera radical entre la segunda mitad del siglo pasado y en lo que va del nuevo milenio. La globalización obliga a salir de la visión provinciana de nuestro entorno para incorporarnos a la realidad mundial, al dinámico proceso de alianzas, rupturas y eventuales asocios con los demás países.

Hay componentes básicos en la reconstrucción del servicio exterior: la remoción y limpieza de los agentes de poco o ningún rendimiento en la estructura; el nombramiento de personal idóneo, en sustitución de este; reducción en los costos de mantenimiento de las sedes diplomáticas, el refuerzo de lazos tradicionales y la apertura a nuevas alianzas internacionales.

Ojalá que, en el mejor de los casos, se pudieran emular, de acuerdo con las exigencias actuales, las actuaciones de notables figuras de la diplomacia salvadoreña como los jurisconsultos José Gustavo Guerrero, Francisco Martínez Suárez, Héctor David Castro p., Miguel Rafael Urquilla, Reynaldo Galindo Pohl, Alfredo Martínez Moreno, Alfredo Ortiz Mancía, y otros que han sido honra del Foro y de la República.