Mucho antes que apareciere en escena el Black Lives Matter, y la destrucción de templos históricos e imágenes religiosas cristianas, me había llamado la atención las demostraciones anticristianas que se producían en España, por parte de las chicas del movimiento Femme, quienes senos al aire irrumpían en plena liturgia eclesial para gritar sus consignas. Su objetivo era llamar la atención y destruir imágenes relacionadas con la Virgen, santos y el mismísimo Jesucristo. En realidad, buscaban resonancia, escandalizar; pero pasaban por alto que los cristianos no adoran imágenes relacionadas con su fe. Son solo símbolos que nos recuerdan su paso por la tierra, vidas ejemplares dignas de imitar para un cristiano comprometido. De modo que es irrelevante su acción, tendrían que emprender una guerra santa para ir asesinando cristiano por cristiano, para hacerles mover el piso.

Pero si es un delito la destrucción de propiedad privada o pública, además de una falta de respeto a la existencia del otro. Es como irrumpir en casa ajena para vaciarle el refrigerador o cambiarles el canal televisivo. Y eso hay que detenerlo, a lo menos mientras asumamos el estado de Derecho, como la forma de convivencia societaria más civilizada conocida hasta el presente.

Otro aspecto que llama poderosamente la atención de las Femme, Lgbtq, Antifa y de todo lo que está alrededor de Podemos, el Socialismo del Siglo XXI y su cohorte de singulares mujeres, como Agueda Bañón, actual Directora de Comunicaciones del Ayuntamiento de Barcelona-España, famosa por retratarse orinando de pie, en el medio de una calle de Murcia, es que nunca han irrumpido en una mezquita durante las oraciones de los fieles musulmanes. No porque sean devotas de Mahoma, sino porque conocen cuál puede ser la reacción de los integristas musulmanes, especie de cruzados islámicos semejantes a aquellos de Tradición, Familia y Propiedad (declarados fuera de ley en Venezuela, en los 80). No son valientes estas señoras, son cobardes y falaces; no van contra la religión como opio del pueblo, tal como afirma el marxismo, sino contra los valores y cultura greco-judeocristiana, asentada en el mundo Occidental.

Es cierto que el feminismo, como cualquier otra manifestación de reivindicación de minorías, sometidas a discriminación jurídica o social en razón de su sexo, condición, etnia o religión es inaceptable, y debe erradicarse para que la democracia tenga sentido y la ley una e igual para todos; también lo es el hecho que intereses innobles cabalgan sobre ellas para desviarla hacia fines ideológicos antidemocráticos sustentados en el relativismo ético y moral, el nihilismo y el materialismo histórico.

Sobre los inaplazables e inevitables procesos de cambios del actual modelo económico y social de la humanidad, quienes aspiran y conspiran para conducir ese proceso, como antaño, ven en la religión “el opio del pueblo”, instrumento de control de la clase dominante. Una protesta se convierte en una orgía destructiva de monumentos, estatuas, imágenes, templos, sinagogas. Y de hogueras, muchas hogueras. Se rompe con el pasado para, una vez más, intentar construir al “hombre nuevo”, a partir de la violencia y el olvido.

Venezuela inauguró el siglo XX disparando cohetones contra la Catedral de Caracas mientras se oficiaban liturgias sagradas, invadieron el Palacio Arzobispal, lanzaron bombas molotov a la Nunciatura Apostólica, profanaron sinagogas, colegios hebreos y profirieron maldiciones contra el Estado israelí; la cruz ante la cual juró chavez cambiar, tenia el cristo clavado al revés, en claro rito satánico.

En Francia se han producido más de 2000 ataques a templos cristianos, en España se han ensañado con especial furia, y ahora, en los Estados Unidos, aparte de Cervantes, Ponce de León y Colón, se han incendiado y destruido imágenes del culto católico en Boston, Connecticut, Florida, California, Nueva York.

Ante este verdadero aquelarre, es obvio que existe una conspiración internacional para debilitar y destruir Occidente, donde el Grupo de Puebla, el Socialismo del siglo XXI, se dice que Soros, otros magnates y académicos “progre”, están detrás de ello.