Hace un año, un amigo que vive en un país de habla inglesa publicó en su muro de Facebook la página de un viejo libro de oraciones donde se leía: “October 31. Hallow-E’en, Eve of the fest of All the Saints”. Traducido diría “31 de octubre. Halloween, Víspera de la fiesta de Todos los Santos”. Es curioso que la palabra “Halloween”, que tan nerviosos pone a tantos –creyentes o no–, tiene un origen cristiano. Según explica la Merriam-Wester, en un artículo en su página oficial, el origen de la palabra Halloween viene de la contracción de “All Hallow Eve” (víspera de todos los santos), o en su forma abreviada “Hallow-E’en”. Se trata de un arcaísmo anterior al siglo XVI. Más tarde la palabra “Hallow” fue sustituida por “Saints”. La contracción “Hallow-E’en” comenzó a escribirse unida en torno al siglo XVIII, y así nos ha llegado a nuestros días.


¿Cómo terminó la víspera de todos los Santos convirtiéndose en una tradición de disfraces, dulces y “jack-o’-lanterns” (calabazas caladas con rostros malévolos y una luz dentro)? Resulta que la víspera de la fiesta de Todos los Santos coincide con el festival agrario más importante de la cultura Celta: el Samhain. Marcaba el final del año, su muerte, y es cuando el mundo de los muertos estaba más cerca del mundo de los vivos. Ese día, las almas de los muertos venían del más allá de visita. Se les preparaba comida y se vestía como ellos para estar a la altura para la ocasión.


Al llegar el cristianismo a las regiones de predominante cultura Celta, en un deseo de purificar las costumbres, el Samhain se sustituyó por una actividad llamada “souling”. La víspera de la fiesta de Todos los Santos, se iba de casa en casa vestido de muerto –souls– pidiendo pan u ofreciendo oraciones por las almas de los difuntos de las familias. Esta tradición se hizo muy popular durante la tardía Edad Media. En algunas regiones, ya en el siglo XV existía la costumbre de preparar “pan de muerto” o “pastel de almas” para dar a los visitantes. Niños y personas pobres iban por las calles cantando “Soul, souls, for a soul-cake; Pray you good mistress, a soul-cake!” (almas, almas, por un pastel de almas; te pedimos, buen amante, un pastel de almas). Incluso Shakespeare menciona esta costumbre en su obra “Los dos caballeros de Verona”. Con las migraciones de irlandeses y escoceses a Estados Unidos, la tradición del “souling” comenzó a extenderse por aquel país. En torno a la 2da Guerra Mundial, el “souling” había tomado características propias de la llamada “cultura americana” y se había acuñado el “trick-or-treating” que recitan los niños al ir disfrazadas de casa en casa.


De Estados Unidos Halloween llegó a nuestro país, ya sin toda la carga cultural céltica y reducido a una fiesta de disfraces, no necesariamente macabros. La fiesta, en la mayoría de los casos, termina en borrachera. Y, en algunas zonas urbanas, los niños van de casa en casa recitando el “trick-or-treating”.


Vista así las cosas, pienso que Halloween no debe asustarnos. En cambio, sí puede ser sujeto de una purificación o recuperación de su sentido originario. A mi parecer, deberían purificarse: la borrachera; y, conectar Halloween con la magia negra o el satanismo.


Recuperar el sentido originario de Halloween y el problema del alcoholismo de los jóvenes resulta que están vinculados. Según algunos expertos, el alcoholismo de los jóvenes encuentra su raíz en la falta de ideales (sentido de la vida). Pero antes de entrar a este tema, quizá un primer paso en el proceso de purificación podría ser retomar el “souling” (pan por oraciones), para darle un sentido más profundo al mero ir pidiendo dulces. Los creyentes en esto podemos aportar mucho, con toda la tradición de oración por los difuntos del cristianismo y otras religiones. Es consolador saber que cuando uno muera, habrá quien siga recordándonos aún sin habernos conocido personalmente.


Para explicar el segundo paso, quisiera antes contar una anécdota. Hace un año, por estas fechas, fui de visita a casa de mi hermana. La casa estaba decorada de Halloween. Al pie de las escaleras, había un alegre esqueleto que salía de su tumba. Mi sobrino, de seis años, me dijo que el esqueleto se llamaba RIP, tal como lo indicaba su tumba. Le intenté explicar que RIP son las siglas de “Requaescant in Pace” (descanse en paz; o en inglés Rest In Peace), pero no tuve mucho éxito.


Si lo vemos con calma, “Halloween –Fiesta de todos los santos– Día de los difuntos” forman un trío de días fabulosos para revisar en qué tenemos puesta nuestra esperanza. Es sano recordar que un día moriremos, –también cuando se es niño– para no olvidar por qué vivimos. Desde un tiempo atrás, muchos viven como si no hubiera recompensa después de la muerte. Aunque no todo está perdido, porque cuando se les muere un ser querido, anhelan que éste no se haya ido para siempre, y desean que haya sido premiado indistintamente de la vida que llevó. Se sea o no creyente, se vive con la ilusión de alcanzar una meta o un premio al final de la vida. Una vida sin más allá es una vida que carece de sentido. Todo ideal ético de buen comportamiento tiene a la base algo más que puras normas o reglas de vida. Anhelamos un premio.


Termino con otra anécdota. Una madre intentaba explicarle a su pequeño de cinco años la muerte de un ser muy querido. “¿A dónde se fue?”, preguntó el niño. “A un lugar muy lindo y ya no va a regresar”, contestó la mamá. “¿De verdad, es un lugar muy especial?”, replicó el niño. La madre respondió afirmativamente. “Entonces, yo también quiero ir allí”, dijo el niño. A la hora, tenía a la mamá del niño al teléfono preguntándome cómo explicar a su hijo que no desee morirse.