Un capo hondureño del narcotráfico ha revelado recientemente en un tribunal estadounidense que pagó sobornos al actual presidente de su país, Juan Orlando Hernández, a su vicepresidente Ricardo Álvarez y a dos expresidentes, Manuel Zelaya y Porfirio Lobo, a cambio de protección y de contratos gubernamentales para lavar el dinero de la droga.

Las revelaciones parecen confirmar el temor de que Honduras se ha convertido en un narcoestado y que las fuerzas de seguridad, lejos de combatir al narcotráfico, se volvieron sus aliados y protectores. Los hondureños hablan abiertamente de eso en su país desde hace rato con mucha preocupación y decepción.

La reciente elección de los candidatos presidenciales en elecciones primarias también ha mostrado como personajes de dudosa reputación, incluyendo algún convicto de la justicia estadounidense, buscan alcanzar el puesto máximo de poder en Honduras. Ese es el nivel del vecino país.

El narcotráfico corrompe todos los estratos de la sociedad como vimos hace décadas en Colombia, que ejemplarmente ha ido saliendo de esa vorágine. El caso hondureño es aún más complejo porque es una de las naciones más empobrecidas del hemisferio y la corrupción parece estar enraizada en todos los sectores.

Sin duda, en El Salvador tenemos muchos problemas y combatir el narcotráfico, evitar que siga creciendo como una hiedra y nos convierta en otra Honduras, debe ser el objetivo no solo del gobierno sino de todos los salvadoreños de bien. La clase política debe verse en ese espejo para evitar replicarlo en El Salvador.