Todo gobierno necesita de ideólogos que den sustento filosófico a su ejercicio del poder. En la historia de El Salvador hay varios ejemplos de gobiernos que asentaron sus ejecutorias en principios ideológicos y doctrinarios que, si bien no alcanzaron los fines propuestos a plenitud, son ejemplo de la coherencia que los dirigentes políticos quisieron imprimir, en algún momento, a sus mandatos.

Recordemos al desafortunado gobernante Manuel Enrique Araujo, quien sufrió un atentado contra su vida, el 4 de febrero de 1913, a resultas del cual falleció el 9 de febrero del mismo año. El magnicidio fue perpetrado frente al Palacio Nacional, en el entonces llamado Parque Bolívar, más tarde renombrado Parque Gerardo Barrios, figura icónica, esta última, del liberalismo económico y político, lugar donde paradójicamente, rendirá su protesta constitucional, el presidente electo, Nayib Bukele. Araujo, permeado por las ideas socialistas europeas de la época, durante su formación académica en Inglaterra, se apoyó en la doctrina del Minimun Vital, del filósofo criollo, don Alberto Masferrer.

Años después siguieron los gobiernos del general Maximiliano Hernández Martínez que orientó su mandato bajo principios teosóficos; el del PRUD, del coronel Óscar Osorio, seguido del PCN fundamentados en las directrices de la Justicia Social –una suerte de interrelación negociada entre el capital y el trabajo– tomada del PRI, de México. Luego tenemos al gobierno demócratacristiano, de José Napoleón Duarte que, supuestamente, al menos así lo dijeron al principio de su mandato, usó como faro de su ejercicio a la Doctrina Social de la Iglesia; los gobiernos neoliberales de Arena, bajo asesoría de los Chicago Boys, para desembocar en el FMLN, que subió al poder ondeando la bandera comunista pero que, en la realidad, administró al país bajo conceptos vorazmente mercantilistas.

Bukele ha decidido que su investidura se efectúe “de cara al pueblo”, en la plaza pública -una especie de populismo- fuera del recinto legislativo. Su idea no es nueva, ya lo hicieron antes el coronel Julio Adalberto Rivera, quien recibió la banda presidencial en el Gimnasio Nacional, otros mandatarios en el Teatro Nacional, Estadio Flor Blanca y los exgobernantes de los últimos tiempos, fueron investidos en la Feria Internacional. De alguna manera, dijeron en su momento que gobernarían de cara al pueblo.

Algunos anticipan que, el de Bukele, será un gobierno pragmático, lo cual, en vez de disipar dudas, las refuerza, puesto que el pragmatismo, más que una ideología, es un actuar conforme lo van exigiendo las circunstancias. El pragmatismo se basa en el concepto de que todo lo que funciona bien, es bueno y, por tanto, legítimo, pero pragmatistas ya trataron de serlo los últimos gobiernos: el ejemplo más claro está en la negociación del poder legítimo con fuerzas oscuras de la delincuencia. Algo así como se dice: “Si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Independientemente de la base filosófica del acto de gobernar, es preciso definir cuál será la dirección política y administrativa del Estado.

Uno de los retos del nuevo gobierno es entender el entramado de las relaciones entre fuerzas diversas, algunas de ellas antagónicas, que se mueven dentro del Estado. La gobernabilidad deriva de la administración de todo aquello que es de todos, pero de nadie en particular. ¿Qué hará el gobierno de Bukele para ejercer su autoridad sobre los contingentes heredados de funcionarios y empleados públicos, de la vieja Arena y del FMLN? ¿Qué estrategia empleará para cumplir con la Ley del Servicio Civil? No debe olvidar el nuevo gobierno los sindicatos que el FMLN le ha implantado, incluso en Casa Presidencial, que tienen la capacidad de afectar, en alguna medida, la consistencia y estructura del gobierno.

Finalmente cabe preguntarse cuál será el papel de la oposición, de cara al nuevo gobierno. Una oposición sensata deberá aconsejar al gobierno en lo relativo a qué pasos tomar para lograr los fines del bien común. ¡Mas, lo que en verdad importa, es que el gobierno escuche…!