Lo ideal era una ley de consenso. Una que fuera fruto de un acuerdo entre todos con dos objetivos fundamentales: cuidar la salud de los salvadoreños ante el embate del coronavirus y además, rescatar la economía para que el hambre no sea la próxima pandemia que suframos. Tristemente, no se pudo. Una vez más, la confrontación política dio paso al escenario actual pero hay que afrontarlo con sensatez y no seguir echando más leña al fuego.

La gran ironía es que tanto el Ejecutivo como el Legislativo parecen tener los mismos objetivos, con métodos diferentes y uno pensaría que eso facilitaría el entendimiento, pero no ha sido así. Al Gobierno parece preocuparle sobre manera la disponibiidad de fondos para las compras de libre gestión, algo que el parlamento se empeña en controlar. Es lo normal en una democracia. Entonces hay que encontrar un punto medio y no desechar del todo lo avanzado por el parlamento ni tampoco descartar la propuesta que hizo el presidente Bukele sobre la reapertura económica.

La necedad y la cerrazón nunca han sido buenas consejeras. “Hay que hablar con buen tino y buen tono, incendiar el país es bien fácil, apagar el fuego es difícil”, decía ayer el presidente de la Asamblea Legislativa y tiene razón. Pero para un pleito se necesitan dos.

Nunca hay que renunciar al diálogo, por muchos desplantes que se hagan. El país lo necesita. Los choques políticos y las agendas electorales que todos tienen, deben hacerse a un lado en medio de esta tragedia que vivimos.