Hoy iniciamos una nueva transición presidencial. Las vacaciones de Semana Santa quedaron atrás y el país despierta del letargo que solo se repetirá hasta el mes de agosto. La actual administración tiene poco más de un mes para dejar en orden los asuntos públicos en curso y los funcionarios de confianza deben preparar su salida de ministerios y secretarías. Para algunos, el inicio del fin es recibido como una buena noticia, con la satisfacción del deber cumplido, pero para otros, más preocupados por la pérdida de fueros, inmunidades y privilegios, las opciones estarán entre el regreso a la sociedad civil, donde podrán “sistematizar su experiencia” en las ONGs de siempre, o deberán optar por el exilio dorado en países afines a su ideología, donde podrán engrosar la lista de asilados políticos, retomando el ejemplo de uno de sus antiguos jefes.

Pero más importante que el mundillo del funcionariado cesante, interesa destacar que la transición implica un cambio de tono y expresión “en” y “desde” el poder político y no solo del ejecutivo. Por primera vez en tres décadas de la historia reciente, asumirá el control del gobierno una fuerza política que no responde al esquema bipartidista al que estábamos acostumbrados. Al respecto, me aventuro a destacar tres posibles rasgos que podrían ilustrar este cambio de tono y expresión desde el poder. Primero, un cambio en la estrategia presidencial de comunicación masiva. Las acostumbradas cadenas nacionales de radio y televisión, pueden dar paso a una comunicación más directa con la ciudadanía a través de redes sociales. El impacto negativo podrá recaer en los medios de comunicación tradicionales, ante la posible disminución de las conferencias de prensa y el distanciamiento del mandatario, lo que de por si ha sido la tendencia en los últimos años. Téngase en cuenta que la información directamente distribuida en el espacio virtual, no permite la réplica inmediata en presencia del mandatario, y que también esta sujeta a la manipulación, como ya se ha demostrado en procesos electorales en todo el mundo. Sus ventajas, sin embargo, superan a los abusos que esta misma implica.

Un segundo rasgo que la nueva realidad plantea, es la creciente oportunidad para una verdadera independencia legislativa. Rota o por lo menos atenuada la bipolaridad política tradicional, surge la oportunidad para que los legisladores demuestren una verdadera independencia al momento de votar por asuntos públicos orientados al bien común. Las elecciones del próximo año impondrán más y nuevas expectativas ciudadanas sobre cada uno de los parlamentarios, por lo que los méritos que se medirán en las candidaturas, evaluarán a su fidelidad con el juramento de cumplir con la constitución, no necesariamente con las expectativas y deseos del nuevo presidente, sino con las del ciudadano que aporta un voto por cada rostro que, dadas la experiencia reciente en las elecciones presidenciales, es más conocido de lo que los postulantes a cada curul pensaban. La independencia parlamentaria, la fidelidad a la ley y no necesariamente a los intereses del partido político, tendrán su oportunidad en esta nueva era.

El tercer rasgo inminente es el surgimiento de nuevos actores desde la sociedad civil, y la renovación de estos, ante una verdadera toma de conciencia del papel que les corresponde. La sociedad civil salvadoreña ha estado cautiva durante demasiado tiempo. Durante los años inmediatos al conflicto, lo estuvo de las fuerzas de oposición y durante la última década, buena parte de las organizaciones de la sociedad civil más acríticas no solo han recibido fondos desde la presidencia de la república, sino que además han sido meras legitimadoras de cualquier política que responda a los intereses del partido en el gobierno. Ahora existe una oportunidad para renovarse, ya no habrá patrocinadores como antes, y la sociedad civil, puede volver a honrar su origen de ser una fuerza ciudadana que impulse cambios positivos desde una distancia crítica con respecto al gobierno.

Esta aproximación a la nueva etapa política no es infalible, deja de lado otros rasgos que se harán evidentes a partir del mes de junio, pero que nos impone a todos el reto de convertirnos en hacedores de la historia y no en meros testigos de esta.