El daño causado a la naturaleza se ha acelerado durante las últimas décadas. Pese a las advertencias de científicos, activistas y agricultores, desde mediados del siglo XX, sobre las alteraciones perceptibles en la naturaleza debido al uso masivo de combustibles fósiles y por la producción de materiales no reciclables, las personas seguimos consumiendo y contaminando como si los recursos naturales fueran inagotables.

Ahora los océanos sufren procesos que impiden la reproducción de las especies marinas, y grandes reservas naturales que antes fueron consideradas los pulmones del planeta, se encuentran en peligro de desaparecer, como la Amazonía brasileña.

Este difícil panorama es el que mantuvo ocupados a gobernantes, empresarios, banqueros y activistas en la reciente Cumbre por el Cambio Climático celebrada en Nueva York. La alternativa es clara: actuar para salvar el planeta en un plazo que abarca los próximos 30 años máximo.

De allí que los compromisos asumidos abarcan desde reducir las emisiones de gases con efecto invernadero para el 2050, hasta la cooperación financiera para mantener un Fondo Verde Mundial, que ayude a países en desarrollo para optar por alternativas de mitigación contra el cambio climático.

Ningún problema es más urgente que este.