El reconocimiento del martirio del sacerdote jesuita Rutilio Grande ha sido una buena noticia dada desde el Vaticano, para una sociedad que décadas después de la guerra sigue sin reconciliarse.

El padre Grande fue un sacerdote de origen campesino, fiel a sus orígenes y que promovió la justicia en una época en la que cualquier asomo de organización ciudadana y de reivindicación de derechos, era vista con sospecha por las autoridades militares que entonces gobernaban.

Asesinado mientras se conducía a administrar los sacramentos, Rutilio Grande murió acompañado de un anciano y de un adolescente, resumiendo en su martirio la presencia de los más vulnerables de la sociedad salvadoreña.

El anuncio del reconocimiento del Papa al sacrificio y entrega del Padre Grande, debería ser visto como una invitación a la reunificación de la sociedad salvadoreña, a la reconciliación de los que antes fueron enemigos acérrimos y a trabajar por la paz.

Como toda figura histórica, también tiene detractores y genera polémica por supuesto. Algunas voces ya critican la decisión papal.

No es posible que fuera del país se reconozca el aporte de las luchas sociales y de las víctimas que las enarbolaron, mientras que en la sociedad se niega lo ocurrido y se cuestiona la deuda moral que se tiene con todas ellas.

Esta beatificación que ahora se anuncia, debería conducir a una mayor armonía entre los salvadoreños.