La ola de secuestros que sufrimos en El Salvador en los años 70, 80 y 90 fue una verdadera pesadilla. Desde niños hasta adultos mayores fueron víctimas de bandas de sujetos que los mantenían retenidos en condiciones infrahumanas y bajo la permanente amenaza de ser asesinados. Muchos en realidad, fueron asesinados y luego esos delincuentes siguieron demandando rescate que las familias desesperadas pagaron solo para descubrir después que sus seres queridos estaban ya muertos.

Este fue el caso del joven Herbert Raúl Molina Cromeyer, secuestrado y asesinado en el 2000 por una banda de malhechores. La familia pagó el rescate solo para descubrir después el asesinato. Los criminales además nunca dijeron a la familia donde estaba el cadáver. El cuerpo del joven fue encontrado al año siguiente en una zona rural de Suchitoto. Una tragedia horrible que además vimos repetida en muchos casos más.

Menciono este caso porque la semana pasada trascendió la noticia de la captura en Perú de un sujeto que estuvo directamente involucrado en el secuestro y asesinato de Molina Cromeyer.

Lo increíble es que casi dos décadas después el sujeto se había nacionalizado estadounidense y andaba haciendo turismo en el país sudamericano. Las autoridades peruanas lo arrestaron porque estaba circulado por Interpol y ahora la Fiscalía salvadoreña ha pedido a la Corte Suprema de Justicia que acelere el pedido de extradición, algo que esperamos suceda muy pronto.

Traer de regreso a este sujeto es fundamental para la justicia y para la tranquilidad de la familia de la víctima, pero además es un caso aleccionador para estos delincuentes que tanto daño causaron en aquellos años.