La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se reunió en su sexta cumbre el fin de semana en México, un encuentro cargado de discursos, el afán de su anfitrión, Manuel Andrés López Obrador de rescatar a Cuba, NIcaragua y Venezuela de su vergonzoso abismo, y por supuesto, sin acuerdos ni resultados favorables para los habitantes de la región.

López Obrador hizo todo para ser el feliz anfitrión de los gobernantes de Cuba y Venezuela. En el caso del primero, aupando a un dictador que el pasado 11 de julio reprimió ferozmente las mayores protestas cívicas que ha tenido la historia de la isla en más de 60 años. Y el caso venezolano, bueno, ya conocemos la desgracia en que Hugo Chávez y Nicolás Maduro han hundido a ese país.

El discurso de López Obrador habló de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, la cooperación para el desarrollo y la ayuda mutua para combatir la desigualdad y la discriminación. Eso de la no intervención es una confesión pública para hacerse los desentendidos cuando se violan los derechos humanos en países con gobiernos afines

al suyo.

Menos mal que las voces de los presidentes de Paraguay y Uruguay se encargaron de recordar el vergonzoso régimen de Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega. Lus Lacalle Pou expresó su preocupación por la falta de democracia plena, separación de poderes, el uso del aparato represor para callar las protestas, encarcelar opositores y no respetar los derechos humanos en esas tres naciones.

La CELAC se está convirtiendo en su único foro internacional que le da voz a esos regímenes, es una vergüenza que la región tolere su pésimo ejemplo, un camino oprobioso.