La credibilidad del Consejo de Derechos Humanos de la ONU ya tiene mucho tiempo de estar deteriorándose. Regímenes dictatoriales donde sus ciudadanos son coartados de las más mínimas libertades y derechos terminan siendo miembros de ese consejo, como un club de defensa de la vergüenza.

La comunidad internacional parece no tener vergüenza. Esta vez el electo fue Venezuela, un país que hace dos décadas ha ido perdiendo progresivamente todos sus derechos fundamentales y las libertades públicas e individuales mínimas. Es el país que tiene más medios y periodistas perseguidos, centenares de presos políticos, millones de exiliados y una población muriendo de hambre por la pésima administración gubernamental. Pero nada de eso vieron los 105 países que votaron por el régimen de Maduro en la ONU. Muchos de esos países votaron a favor de Venezuela por afinidad ideológica, por dependencia petrolera o por autoprotección porque sus gobiernos también son violadores permanentes de los derechos de sus pueblos.

¿Qué garantía puede tener la población de un país determinado de que la ONU intervendrá a su favor cuando se violan sus derechos humanos, si hay representantes así en su consejo? Simplemente la comunidad internacional no tiene vergüenza.