La paz empieza por el rechazo de la violencia como forma de solucionar los conflictos. Y para que eso pueda ser posible, se debe dar un amplio consenso al respecto, es decir, la paz se debe interiorizar culturalmente y esto presume erradicar la cultura de la guerra y la violencia como forma de resolver los problemas que generan el modelo de desarrollo actual.

Se piensa que la guerra es injusta y dramática para los seres humanos, pero también se considera inevitable en muchos casos. Es un ejemplo claro de que, con el dominio de la cultura de la violencia, las soluciones agresivas siempre están justificadas y que si no se realizan cambios conceptuales y se toman medidas preventivas, se recurrirá siempre a la fuerza como último recurso.

La cultura de la paz se centra sobre todo en los procesos y en los métodos para solucionar los problemas y ello significa generar las estructuras y mecanismos para que se pueda llevar a cabo. Su generalización persigue la erradicación de la violencia estructural, así como la violencia directa, mediante el uso de procedimientos no perjudiciales en la resolución de conflictos y a través de medidas preventivas.

La construcción de una cultura de la paz es un proceso lento que supone un cambio de mentalidad individual y colectiva, en el cual la educación tiene un papel importante, en tanto que incide desde las aulas en la construcción de los valores de los que serán futuros ciudadanos, y esto permite una evolución del pensamiento social. Los cambios evolutivos, aunque lentos, son los que tienen un carácter más irreversible y en este sentido, la escuela ayuda con la construcción de nuevas formas de pensar. Pero la educación formal no es suficiente para que estos cambios se den a profundidad.

La sociedad, a partir de los diferentes ámbitos implicados y de su capacidad educadora, también debe incidir y apoyar los proyectos y programas educativos formales. Así, es importante que se genere un proceso de reflexión sobre cómo se puede influir en la construcción de la cultura de la paz, desde los medios de comunicación, desde la familia, desde las empresas, desde el gobierno, desde las organizaciones no gubernamentales, desde las asociaciones ciudadanas, etc.

Se trata de generar una conciencia colectiva sobre la necesidad de una cultura de la paz enraizada en la sociedad con tanta fuerza, que no deje lugar a la violencia. Y se trata de que los gobiernos tomen conciencia de esta cultura de la paz y de los factores y condicionantes que la facilitarían, erradicando el despilfarro, descartando las situaciones de injusticia, como lo es la corrupción, buscar junto a la empresa privada una distribución más equitativa de la riqueza, eliminación de la pobreza, derecho a la educación en igualdad de condiciones, etc. Y, por otro lado, que conviertan esta conciencia en una nueva cultura de administrar el poder.

La educación para la paz ha de potenciar la aceptación y comprensión de esta complejidad y ha de redundar en ella mediante sus métodos: el diálogo efectivo, no táctico, ni político, el respeto y la cooperación. La educación para la paz debe asentarse en una base sólida y acertada. Cualquier intento de educación si no tiene un buen fundamento, en la realidad será poco efectiva y en el caso de la educación para la paz, es esencial partir de ella para comprenderla y poder transformarla. Y desde esta realidad, se deberían evitar dos tendencias que suelen aparecer cuando intentan establecer los principios básicos. Una tendencia es la de desanimarse o abandonar antes de empezar a postular que sólo habrá paz cuando se haya producido una conciencia universal y se haya renunciado a la violencia. En todo caso, éste sería un objetivo final, difícil de conseguir, puesto que siempre habrá personas, grupos o países gobernados por la violencia. En efecto, las guerras no se hacen por unanimidad. La otra tendencia gira sobre la idea de que, cambiando las estructuras políticas, económicas y sociales es suficiente para que haya paz. Esto es cierto, y sería necesario, pero como se ha comentado anteriormente, las estructuras responden a un modelo de sociedad y de desarrollo y este a una concepción y una escala de valores que lo preside.

El camino es un proceso mixto de creación de conciencia individual y social, junto con los cambios de estructuras sociales, económicas, políticas y culturales para avanzar en la construcción de la cultura de la paz.