El hallazgo de fosas clandestinas con los cuerpos de personas reportadas como desaparecidas, han sido noticia contidiana durante las últimas semanas. Las pandillas secuestran, desaparecen, asesinan y luego entierran a sus víctimas con toda impunidad, en cualquier parte del país.

Hay víctimas de días, de meses, incluso de años. Todas han sufrido el mismo modus operandi. Las bandas delincuenciales los asesinan casi por cualquier motivo, las familias claman desesperadas por sus desapariciones. Tristemente este es un sufrimiento acumulado por décadas. Hace cuatro décadas las despariciones forzosas eran motivadas políticamente, hoy las pandillas usan casi cualquier pretexto para asesinar y lanzar en una fosa clandestina a seres humanos que sus familias extrañan y reclaman por su paradero. El colmo es que hay familias donde hay personas desaparecidas en varias generaciones.

El Estado salvadoreño tiene décadas de deuda moral con estas familias. El país, tristemente. se ha acostumbrado a ver con “normalidad” este fenómeno que está lejos de ser normal, por el contrario, es cruel, es salvaje, es inaceptable, es doloroso, es imperdonable.

Más allá de leyes que pueden castigar con mayor rigor las desapariciones, hay que empezar por investigarlas con rigurosidad, con tomarse en serio las denuncias y atender los clamores de las familias. Evidentemente hay bandas de asesinos en serie que tienen toda una logística para desaparecer, asesinar y enterrar a las personas. El hallazgo cotidiano de fosas clandestinas lo demuestra. Esto es algo que no puede ser tolerado por la sociedad, por el Estado, por el Gobierno. Esto es algo que no puede seguir sucediendo y que hay que combatir con toda la fuerza del Estado.